EN ESTADOS UNIDOS
Comer sin hambre hasta reventar, todos conocemos esa experiencia y casi todos terminamos aborreciéndola. No nos aporta ningún beneficio y puede causar obesidad, pero seguimos haciéndolo y nos cuesta mucho dejarlo. Pero, ¿por qué?
Un equipo de científicos de la Universidad de Carolina del Norte ha descubierto el circuito cerebral que nos incita a seguir comiendo aunque no tengamos hambre y nuestro cuerpo no necesite más energía. En el estudio publicado en la revista Neuron, explican cómo nuestro cerebro nos dice que si algo nos sabe bien, merece la pena seguir comiéndolo.
Para lograrlo los científicos generaron una molécula fluorescente, en cerebros de ratones, que acompañase a la proteína de la nociceptina, una de las culpables de la gula. El resultado fue que cuando éstos estaban ante un suculento banquete de calorías, la proteína de desplazaba siempre por la misma parte del cerebro. Una de las secciones principales de esta red es la amígdala, la parte e nuestra mente encargada de procesar las emociones.
Este comportamiento es el resultado de la evolución de los mamíferos durante siglos de hambre y poca abundancia. Nuestros cerebros aprendieron que cuando se encontrasen con alimentos sabrosos y ricos en calorías, deberían ingerir la mayor cantidad posible, ya que no sabían cuándo volverían a disfrutar de una comida contundente.
Sin embargo, lo que en su momento supuso una ventaja evolutiva, hoy puede suponer un problema. Al contrario que nuestros ancestros, en la actualidad gran parte de la población mundial vive en un entorno de abundancia de alimentos y el seguimiento de este impulso instintivo provoca obesidad, uno de los mayores factores de riesgo para enfermedades como la diabetes, cardiovasculares e incluso cáncer.
Este descubrimiento podría enseñarnos como lidiar con esta 'red de la gula' y avanzar así en la complicada lucha contra la obesidad.
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