JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ
El Papa ha ofrecido la primera misa de Año Nuevo en la Basílica de San Pedro por Santa María Madre de Dios y al mismo tiempo con motivo de la 46 Jornada Mundial de la Paz.
En su homilía, el Pontífice ha dicho que "la humanidad tiene una vocación innata por la paz, a pesar de los focos de tensión provocados por el aumento de las desigualdades entre ricos y pobres, debido a un capitalismo financiero no regulado".
A la solemne misa han asistido, entre otras autoridades religiosos y civiles, y como es tradición cada primero de enero, los embajadores del mundo acreditados ante la Santa Sede a quienes el papa les dio la comunión.
Al igual que ayer durante la celebración del Te Deum, el papa, de 85 años, utilizó la plataforma rodante, guiada por dos ayudantes, para recorrer, mientras bendecía a los asistentes, la nave central de la Basílica hasta el altar donde presidió la solemne ceremonia.
Tocado con una mitra con la imagen de la Virgen de Guadalupe bordada en oro y apoyado en el báculo, Benedicto XVI afirmó que aunque este tiempo está caracterizado además por varias formas de terrorismo y de criminalidad, está persuadido de que "las múltiples obras de paz, de las que el mundo es rico, testimonian la innata vocación de la humanidad por la paz".
El Pontífice afirmó que el hombre "está hecho para la paz, que es un don de Dios" y aseguró que para este mensaje ha sido influido por las palabras de Jesucristo: "Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios".
Para el papa teólogo "la paz es con Dios, vivir de acuerdo con su voluntad. Es la paz interior con uno mismo, y la paz externa entre sí y con toda la creación ".
Se preguntó por cuál es el fundamento, el origen, la raíz de esta paz y por cómo podemos sentir la paz, a pesar de los problemas, la oscuridad y la angustia y se remitió al Evangelio de Lucas, que se propone contemplar la paz interior de María, la Madre de Jesús.
De la contemplación del rostro de Dios "nacen la alegría, la paz y la seguridad", sostuvo el Obispo de Roma. Nada puede quitar a los creyentes esta paz, ni siquiera la dificultad y el sufrimiento de la vida e incluso, en el sufrimiento se acrecienta nuestra esperanza "porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo", concluyó.