Elecciones Estados Unidos
Se diría que la estrategia de comunicación política ha llegado al momento decisivo de su vigencia. La democracia americana, la más antigua y prolongada expresión democrática de la contemporaneidad, la más influyente y determinante, gira ahora y durante los próximos 45 días sobre la esfera de un personaje que no ha conseguido reducir las incertidumbres de un país y un mundo que coinciden de momento tan solo en su alarmante complejidad.
Pero si en las presidenciales de 2016, Trump consiguió agriar la campaña y destartalar el rigor y la frialdad con los que Hillary Clinton pretendía entrar en la Casa Blanca por el camino de las encuestas con la inercia de Obama, en las de 2020, el discurso de Trump se enfrenta a temas muy complejos ante los cuáles el presidente no conseguirá desviar la atención. La convulsión del estallido anti racista que ha movilizado a la minoría afroamericana pero también el llamado supremacismo trumpista; la repercusión del cambio climático en los devastadores incendios de California; la evolución de la pandemia y las consecuencias sociales y económicas del coronavirus; la posible especulación sobre los remedios y vacunas para combatirlo; la manera de enfrentar el creciente poder chino en la escena internacional, y su intento por posicionarse como una potencia solidaria y creadora de bienes públicos globales, como puede ser la propia vacuna anti Covid-19; los movimientos en Oriente Medio y las aproximaciones diplomáticas entre Israel y las monarquías sunitas del golfo Pérsico que pueden ser presentadas como un logro de la acción diplomática de la administración republicana.
Muchos temas sobre los que los norteamericanos tendrán que formar una opinión que de momento no está suficientemente definida. Porque para muchos millones de americanos, a pesar de la pandemia y de la crisis social y económica, el país está mejor de cómo lo encontró el presidente Trump. Para otros millones de ciudadanos, unos pocos más según las encuestas, el país está mucho peor y no solamente por motivo de la pandemia y sus consecuencias, sino por culpa de una presidencia atípica y cuanto menos desconcertante. Y finalmente para otros muchos miles y miles de indecisos, los más decisivos en los swing states, la respuesta, a mes y medio de las elecciones, aún no está clara.
La otra figura electoral, la del candidato demócrata Joe Biden, dos veces vicepresidente, liberal, con experiencia en la política exterior y en Washington, aparece también como una alternativa incierta. Quizá confiando en que un perfil bajo en la precampaña permitiría que el deterioro del presidente hiciera innecesario un debate político intenso, el moderado Biden ha visto como las últimas encuestas y la evolución en las bolsas advierten del renovado impulso que toma la campaña en la recta final. Sus certezas pasan hoy por ser consciente no solo de que tiene casi a medio país a su favor, sino de que una parte del otro casi medio necesita un proyecto solvente, creíble y sostenible para que los votantes, de manera individual, le cedan la soberanía para el ejercicio del poder en los siguientes cuatro años. Un proyecto que consiga generar ilusión entre millones de ciudadanos que ven con igual temor el avance del progresismo radical y del populismo anti - sistema.
Las elecciones de 2020 no van solo de Trump. Tienen una relevancia que va en consonancia con el panorama de cambio e inflexión que viven la sociedad y las relaciones internacionales. Van de democracia, de derechos y libertades. De presentar un país que sea capaz de dar la vuelta al pesimismo interno y a la desorientación globalizada. De encontrar un rumbo para el orden liberal mediante la reforma o mediante su readaptación al nuevo contexto global. De fortalecer los organismos nacionales e internacionales y los recursos para frenar la expansión de la pandemia. De presentar propuestas con energía y convencimiento en los próximos cuatro debates, tres de ellos entre los dos candidatos y otro más entre los candidatos a la vicepresidencia.
Y responder a los ciudadanos norteamericanos, en su diversidad étnica y cultural, libres e iguales ante la ley, sobre si el sistema político heredado de sus padres y de sus fundadores, es hoy más consistente, más justo, más fuerte. Si la cesión de la soberanía que van a hacer durante un periodo de cuatro años a una administración elegida democráticamente será respondida por el presidente electo con el compromiso de devolver al pueblo, una sociedad más libre y respetuosa con los principios, derechos y obligaciones que la conforman. Ese compromiso fiduciario al que se refiere el politólogo Joseph Nye en su libro 'Do morals matter?' para evaluar con él los resultados en política exterior de los presidentes americanos desde Roosevelt hasta Trump, y poder valorar así si el futuro mandato significará un éxito a largo plazo capaz de reforzar los intereses y valores de Estados Unidos.
Autor: José María Peredo, catedrático de Comunicación y Política Internacional en la Universidad Europea.