EN BUENAS MANOS
Cae en mis manos la revista ‘Memoria’ de la Fundación Alzheimer España. En el trabajo de Pilar Rodríguez sobre dependencia se dispensan unos datos que no quiero pasar por alto. Y es que más allá de mi devoción por la historia de esta enfermedad continúo de vez en cuando acudiendo al libro de Ulrike y Konrad Maurer sobre Alzheimer en el que se cita aquel diálogo en el que le preguntó a una señora, -"¿Cómo se llama?" -"Auguste". -"¿Cómo se llama su marido?"… -"Creo que Auguste". Con este impresionante diálogo comienza la historia clínica en la que por primera vez se describió una enfermedad que ha hecho historia: el Alzheimer.
Pero no todo son demencias y por eso quiero matizar el conjunto de las dependencias y situarlo en la patética realidad de los datos del trabajo de Rodríguez que nos sitúa en el drama.
Más de un adulto de cada diez se ocupa de cuidar a una persona en situación de fragilidad o dependencia (los porcentajes más altos, en España e Italia), siendo más de dos tercios mujeres mayores de 50 años. Lo que supone que estos cuidadoras de familiares, tienen una probabilidad mayor (50%) que el resto de la población de ver alterada su carrera profesional (abandono, reducción de jornada) y su riesgo de sufrir una enfermedad mental es un 20% mayor.
En la zona de la OCDE, los gastos públicos de atención a la dependencia en 2008 representaban el 1,2% del PIB, estimándose que estos gastos llegarán a duplicarse cuando no a triplicarse en el año 2050.
Y aquí, en nuestro medio, la mitad de quienes reciben prestaciones como dependientes tienen más de 80 años. Y sabemos que el 61% son mujeres. Es lo que hay. Seguro.