No se puede, no es admisible, que tres toreros en su situación salgan de Madrid como lo hicieron. No hay excusas ni en la espada ni en el viento, que sólo sopló con fuerza en el sexto. Tampoco en el sorteo, porque los tres tuvieron la oportunidad y el caramelo para resolver su carrera. Y no lo hicieron.
Soy de los que piensa que a todo torero el destino le tiene reservado, un día en su vida, una oportunidad. Hoy se juntaron tres y ni Picazo, ni Lancho ni, sobre todo, De Justo, fueron capaces de aprovecharla. Así las pintan calvas, y menos las pintarán en una carrera cuyo horizonte es hoy más negro que ayer.
En este río revuelto sale triunfadora la ganadería de Los Bayones. Diez años después de lidiar en Madrid una corrida de toros, y pese a que sólo cuatro pasaron el fielato veterinario, toros como el segundo dan categoría a una ganadería. Muy en Lisardo, perfectas las hechuras, el toro no hizo más que embestir, ir a más, tomarla por abajo siempre, querer más y más y deslizarse por el pitón izquierdo haciendo el avión.
Ahí lo tuvo Emilio de Justo, quien no supo o no pudo aguantar tres arrancadas seguidas. Tanto una como otra explicación es mala para quien debe venir con hambre. El extremeño se empeñó en quitar la muleta por sistema y citar al hilo, cuando el Pitillo, un toro de una reata tan importante en este encaste, sólo pedía tela y más tela.
Para colmo, no fue capaz de matarlo. Una y otra vez entró con la espada sin pasar, yéndose antes de embrocar, y le dieron los tres avisos. Lo que debieron ser dos orejas se convirtió en una mácula. Y la ovación al toro, justísima. Se fue el tren en el anden segundo.
Hubo más toros. El que abrió plaza fue muy fácil. El animal manseó de salida, muy propio en este encaste, y también en los doblones iniciales de Picazo. Pero se fue a los medios y allí aguantó hasta que el madrileño lo dejó ir a tablas, donde siguió embistiendo con temple y buen son. Picazo firmó una faena demasiado intermitente, escondido en la pala y sin terminar de echar la pata adelante ni la moneda de verdad.
Tampoco con el cuarto, un toro de José Luis Pereda muy serio pero que rompió en buen aire en la muleta, siempre en los medios, y siempre pidiendo guerra. No se la dio Gabriel en otra faena demasiado plana e irregular, de no apostar o de no poder. Y ya queda dicho que los dos argumentos son malos.
El toro, muy en Núñez, marcó claro el comportamiento. Frío de salida, se fue calentando y llegó a la muleta con veinte arrancadas importantes. Cuando quiso verlo el madrileño, se había esfumado. Y trató de montarse encima entre circulares y muletazos genuflexos que le protestaron. Y se fue el tren.
Lancho regresaba a Madrid tras la fortísima cornada de hace un año. Brindó a Padrós y el primero, de Pereda, fue de pasar un mal rato. El toro llegó a la muleta rebañando y quedándose corto y Lancho lo pasó mal para quitárselo de encima. En cambio, el destino le tenía reservado otro toro bueno, un sexto más justo de fuerzas pero con buen son en la muleta.
El extremeño brindó al público y lo llamó de largo, y de largo fue, como al caballo. Sólo que en el embroque Lancho no supo llevarlo, lo dejó enganchar siempre y lo sacó por arriba en lugar de templarlo. Y el toro se impuso hasta que, aburrido, se fue a tablas. Y se perdió otro tren. Ya eran demasiados.