Atentados del 11 de septiembre de 2001
José Ángel Abad, corresponsal de Antena 3 Noticias en Estados Unidos, analiza cómo se ha vivido en los últimos años en el país, desde el miedo de la población hasta la división de la sociedad en los últimos meses.
La primera sorpresa nada más llegar a la corresponsalía en Nueva York fue encontrar una máscara de gas sobre la mesa por si fuera necesario usarla. Era el aviso inequívoco de que tras el 11-S la supuesta capital del mundo se había convertido en una ciudad con miedo. Y también el país entero.
Hicimos reportajes sobre cursos de supervivenciaque se ofrecían por todos lados, la paranoia con otro ataque terrorista inminente o la proliferación de tiendas de material de defensa personal.
Un día salí a la calle a preguntar a la gente si estaba preparada para otro ataque y resultó que casi todos los hombres llevaban una pequeña linterna en los bolsillos temiendo algún ataque a la red eléctrica. Y la primera señora a quien pregunté sacó del bolso una ganzúa de hierro de al menos veinte centímetros y curvada en un extremo. "Es por si me quedo atrapada en un ascensor", me dijo.
Pasar de la rabia y el miedo a la sobrerreacción es solo un pequeño trecho muy fácil de cruzar en política.
La guerra comprensible de Afganistánpronto se convirtió en un primer paso de una cruzada mucho más amplia cuya siguiente etapa fue Iraq.
En mi primera Asamblea General de la ONU, sentando al fondo de la inmensa sala llena de líderes mundiales, recuerdo el tono desafiante de Bush: "No hay terreno neutral. Con nosotros o contra nosotros".
Así fue como poco después del 11-S, Estados Unidos se embarcó en una campaña destinada a mostrar su inmenso poderío militar y que, sin embargo, ha terminado mostrando lo opuesto, sus limitaciones.
Peor aún. Ha terminado sembrando en casa la semilla de una división nacional que nadie hubiera imaginado hasta el 11-S y que culminó en elasalto al Capitolioel pasado 6 de enero. Aquel día, a la puerta misma del Congreso, presenciando el asalto entre golpes, empujones, carreras y gritos que nunca hubiera imaginado en este país, pensé de repente: "Qué pensarán de esto en Afganistán o Iraq".
Este es el arco que ha recorrido Estados Unidos estos años -y que coinciden con mi periodo de corresponsal: un país herido que no parece haber reaccionado de la mejor manera posible y que ahora busca un nuevo camino hacia adelante.
Pero visto de cerca el simbolismo del aniversario es más sencillo. Y más duro.
Ayer, entrevistando en su casa a Iria Flores, madre de Carlos Lillo -paramédico fallecido en las Torres Gemelas-, me decía entre sollozos: "Cuando pierdes a tus padres eres huérfana. Cuando pierdes a tu marido eres viuda. Pero cuando pierdes a un hijo ni siquiera hay palabra. Este dolor es cada día más grande".
Cada aniversario del 11-S tiene un simbolismo diferente.
Pero lo invariable es el dolor. Porque la Zona Cero es, ante todo, un cementerio. Quienes allí acuden ese día han sufrido la mayor pérdida que se puede sufrir en esta vida.
Este año volveremos a contarlo intentando ofrecer los detalles, el contexto, las explicaciones pero, sobre todo, el respeto.