CRISTINA PEÑA ES
Laura, sin pelos en la lengua
La segunda de los Navarro está de vuelta todo y allá por dónde va no tiene ningún problema para opinar de todo, dando rienda suelta a su acidez y mala leche.
Inquieta y rebelde, su mantra desde pequeña fue huir del aburrimiento a toda costa, lo que se tradujo en una adolescencia y juventud de aúpa, en la que no se privó de nada. El enfrentamiento continuo con sus padres, incapaces de controlarla, fue rebajándose poco a poco, a medida que todos (ella la primera) entendieron que era perro ladrador, pero que tenía la cabeza mejor amueblada de lo que parecía.
Laura trabaja como azafata de vuelo. Probablemente eligió su trabajo para alejarse lo más posible de sus padres en sus años de rebeldía. Ahora esos días han pasado: se pegó todas las juergas que quiso, y se acostó con quien quiso, incluido un piloto con el que tuvo a su hijo Mateo (de penalti) y del que luego se divorció. Su vida fue pura vorágine hasta que conoció a Enrique, que le aporta la paz y tranquilidad que nunca supo encontrar por sí misma. Laura dejó aparte su lado díscolo y se acercó a su familia de nuevo, aceptando que sus padres son los que son y no merece la pena cambiarlos.
Pero la vuelta de Laura al redil familiar no significa que haya traído la paz. Laura sigue siendo directa y cañera y jamás se calla lo que tiene que opinar entrando en conflicto con todos si hace falta. Ella suelta las bombas y luego que cada cual se apañe con lo suyo. Y es que Laura siempre ha hecho lo que le ha dado la gana.
Esta máxima en la vida, también la aplica a sus hijos. Laura es todo menos una madre pesada y regañona. Su experiencia dice que estar todo el día encima como Concha no ayuda nada, así que ella cree que tanto Mateo como Berta ya aprenderán por sí solos. Y siendo honestos, tampoco es que se vea muy capacitada para enseñarle nada a nadie. Sabe que no es la madre perfecta, pero por suerte a su lado tiene a Enrique, un hombre más generoso y cariñoso con su esfuerzo y su tiempo. Laura lo tiene claro, él sostiene el núcleo familiar, y “si él solito puede hacerlo, para que me voy a meter a estropearlo yo”.