EDAD RELATIVA
El llamado efecto de edad relativa demuestra cómo una diferencia de meses puede influir en el rendimiento escolar, el diagnóstico de trastornos, el acceso al deporte de élite e incluso el éxito profesional en la edad adulta.
Cada mes de diciembre se repite una realidad poco conocida, pero ampliamente documentada por la ciencia: los niños nacidos a final de año parten con desventaja frente a sus compañeros. No por falta de capacidad, talento o inteligencia, sino por una cuestión tan arbitraria como la fecha de nacimiento. Este fenómeno tiene nombre y apellidos: efecto de edad relativa.
Este tema tan poco conocido ha salido a flote gracias a un post del psicólogo Álex Letosa, quien también crea contenido sobre crianza y educación en las redes sociales. Desgranamos las reflexiones de su publicación sobre la llamada condena de nacer en diciembre.
En el sistema educativo español, el curso se organiza por año natural. Esto significa que un niño nacido en diciembre puede ser hasta once meses más pequeño que uno nacido en enero del mismo año. En la infancia, esa diferencia de edad equivale a una brecha importante en desarrollo cognitivo, emocional y físico.
Los estudios son claros: los alumnos nacidos en los últimos meses del año tienen más probabilidades de repetir curso. No porque aprendan peor, sino porque se les evalúa con los mismos criterios que a niños considerablemente más maduros.
El efecto de edad relativa también se refleja en el ámbito clínico. Los nacidos en noviembre y diciembre reciben más diagnósticos de dificultades de aprendizaje o TDAH, en muchos casos no porque exista un trastorno real, sino porque su comportamiento se compara con el de compañeros más mayores.
El más pequeño del aula suele parecer más inquieto, menos concentrado o menos preparado. Y en lugar de contextualizar su edad, se etiqueta antes, generando un impacto directo en su autoestima y en la percepción que el entorno tiene de él.
Este sesgo no termina en la escuela. En el deporte de élite, la sobrerrepresentación de nacidos en enero, febrero o marzo es abrumadora. La razón es sencilla: las primeras selecciones se hacen a edades muy tempranas, cuando los niños más mayores del grupo son más fuertes, más coordinados y más rápidos.
Al ser elegidos antes, reciben mejor entrenamiento, más refuerzo y más oportunidades. No es talento innato: es una ventana de maduración que se convierte en ventaja estructural.
Lo más llamativo es que este patrón se mantiene en la vida adulta. Diversos estudios han observado que las personas nacidas en los primeros meses del año ocupan más cargos de liderazgo y alcanzan mayores logros profesionales.
No porque sean mejores, sino porque tuvieron más oportunidades desde el principio. Un pequeño empujón inicial puede convertirse, con los años, en una diferencia enorme.
La condena de nacer en diciembre no es una metáfora: es un sesgo sistémico que pasa desapercibido y condiciona trayectorias vitales. Por eso, expertos en educación y psicología insisten en la necesidad de mirar más allá de la madurez aparente.
Si eres madre, padre, docente, entrenador o simplemente te interesa la equidad, la pregunta es inevitable: ¿estamos evaluando realmente el potencial de cada niño o solo la ventaja que le da haber nacido antes?
Porque la fecha de nacimiento no debería decidir el futuro académico, deportivo ni emocional de nadie.