FERIA DE SAN ISIDRO
Sin haberle podido pegar un pase al manso, Cortés se volcó tras la empuñadura para dejar el acero, pasase lo que pasase. Y pasó que cobró una fortísima voltereta de la que, afortunadamente, salió ileso. La plaza, que para entonces estaba abriéndose las venas en otra tarde infumable, reaccionó con categoría, poniéndose en pie y pegándole una ovación de reconocimiento al chaval.
Eso fue lo único que dejó otra tarde infumable, y ya van dos. La corrida se torció desde el primer toro. Mejor dicho, desde que al de Bañuelos, que debutaba en Madrid como ganadero, le pegaron un tironazo del que Burebano salió haciendo el pino.
La costalada fue tal que el animalito, que tenía fondo y ganas de embestir, renqueó lo suyo. De ahí hasta las nueve que se arrastró al sexto, no hay nada que llevarse a la boca más que el cabreo generalizado y con razón del público. Si al bueno de Job le obligan a tragarse lo de ayer de Pereda y los escombros de hoy de Bañuelos, el pobre la crucifixión, la hoguera o lo que fuese él mismito.
Bañuelos, que destacó en Zaragoza con una buena corrida, se la pegó a lo grande en Madrid. Primero porque no consiguió que le pasasen seis toros para tomar antigüedad. Lo segundo porque el catálogo de toros infumable fue amplísimo. Desde el remiendo de Osborne que se echó a los de Bañuelos que le costó tenerse en pie. A pesar de ello, el toro con opciones cayó en manos de Javier Cortés.
Al de Getafe se le quiere en esta plaza, donde tantas veces ha acariciado la Puerta Grande que ha pinchado. Y la gente estaba con él desde que se abrió de capa para recibir al toro de la confirmación. Ese ejemplar, tan agradable como atacado de kilos, fue el de mejor condición de la tarde. El toro la tomó por bajo y quiso siempre, aunque las fuerzas no le acompañasen.
Precisamente por abajo fue por donde Cortés consiguió los momentos de verdadero interés de la faena, en una serie en redondo de planta encajada y llevándolo muy bien.
Sin embargo, después la cosa se atascó y diluyó. El toricantano, tras la mata, no terminó de arrear. El toro pedía la media distancia y llevarlo muy despacito y Cortés dejó que le enganchase muchas veces en una labor que terminó diluida como un terrón de azúcar. Pareció remontar en otro momento al natural, pero fue puro espejismo. Desde ahí hasta las almohadillas finales con las que el público mostró su enfado, no hubo nada.
Uceda no se entendió con el segundo de Osborne, un toro que se dejó hacer pero no por arriba como se empecinó el de Usera, y pasó mucho rato con el cuarto, un toro que se adormiló tras el caballo y con el que no había nada que construir.
El Capea no tuvo opciones con su lote. El primero, protestado por su presencia, llegó moribundo a la muleta. Pedro pasó mucho rato en la cara sin decir ni hacer nada, porque no había opción más que para matarlo. El quinto, directamente, se echó en la primera serie.