FERIA DE SAN FERMÍN | 13 DE JULIO

Sólo una oreja para Talavante en la tarde de mejor toreo de la feria

Con una solitaria oreja, que paseó Alejandro Talavante, se saldó este jueves el penúltimo festejo de los Sanfermines, que fue, paradójicamente, en el que se vio más y mejor toreo, aunque en faenas minusvaloradas por la presidencia o por los fallos con la espada de los toreros.

Manda Extremadura. Y en concreto Badajoz. El actual escalafón de matadores está dominado, en cantidad y calidad, por toreros nacidos en aquella tierra, tres de los cuales, que fueron también tres de los más destacados de San Isidro, coparon los tres puestos de la corrida de hoy en los Sanfermines.

Para hacer buena esta afirmación, los tres la confirmaron y ratificaron esta tarde protagonizando toda una lección de buen toreo, temple y capacidad lidiadora, ante una corrida de Núñez del Cuvillo que no puso fáciles las cosas, sino que, por sus defectos, exigió un añadido de técnica y precisión para sacar sus virtudes.

En contraste con la tarde anterior, cuando pareció que las orejas estaban en oferta en el mostrador de la presidencia, este jueves se cortó sólo una, que paseó Alejandro Talavante. Pero, tal y como están las cosas en Pamplona, los trofeos no parecen ser el mejor termómetro para medir los méritos de lo sucedido en el ruedo.

En ese sentido, Talavante y Ferrera pueden considerarse como los autores del mejor toreo de la feria, a expensas de lo que suceda en el cierre con la de Miura, por mucho que su balance estadístico se equipare al de otros toreros que no han llegado ni de lejos al alto nivel de sus faenas.

Por orden de lidia, la actuación de Antonio Ferrera fue todo un recital de naturalidad, reposo y sentido de la lidia, para sacar partido de un primer toro tan alto de agujas como endeble, y al que no solo sostuvo y equilibró sino al que además sacó muletazos impensables jugando perfectamente con las alturas del engaño.

Como suele suceder en los primeros toros en esta plaza, desde los tendidos no se le jaleó lo suficiente todo lo bueno que hizo el extremeño, y menos aún, con la gente ocupada en la merienda, la primera parte de la que sería su brillante faena al quinto.

Pero sucedió que a ese toro, aparentemente afligido en los primeros tercios, Ferrera le acabó por sacar una de las mejores faenas del abono, ya desde que comenzó también a centrar las miradas del tendido en un buen tercio de banderillas cerrado con un soberbio par al quiebro al hilo de las tablas.

Fue con la muleta cuando llegó la parte más meritoria de su actuación, dando ventajas y ayudando a romper a embestir al de Cuvillo en una faena en la que fueron tan importantes los tiempos y las distancias como el temple con que atemperó las rebrincadas embestidas, asentando y entregado siempre de plantas y de figura.

Tras tal alarde de seguridad y torería, pinchó Ferrera en la suerte de recibir, y aún marró por dos veces al descabellar, justo cuando, en un descuido, el toro le prendió de fea manera por la pantorrilla, al parecer sin mayores consecuencias.

Lo peor del caso es que la presidencia, ayer tan magnánima, esta tarde se puso estrecha y no atendió la justa petición de oreja de un público que, por una vez en la feria, se desentendió del bocata de magras o del ajoarriero para deleitarse con el toreo del extremeño.

La única oreja que se concedió fue la del primero toro de Talavante, un astado de aparatosa cornamenta al que el pacense le cuajó un puñado de hondísimos naturales a base de tirar con aguante y temple de unas arrancadas ásperas, evitando con una asombrosa facilidad que los pitones alcanzaran una sola vez la tela a pesar de los constantes cabezazos.

Y mejor si cabe fue su trasteo con el quinto, un animal sin celo ni clase en los primeros tercios pero al que también "enseñó" a embestir Talavante usando la fórmula universal de la suavidad y el valor sordo, dejándole ante los ojos los vuelos de una muleta, para construir una faena insospechada solo cinco minutos antes. Pero los únicos desaciertos, los de la espada, le cerraron la que hubiera sido la salida a hombros más merecida de todos los Sanfermines.

Quien no brilló tanto, aunque no desentonó de sus maestros extremeños, fue Ginés Marín, que sustituyó al peruano Roca Rey tras su triunfo de la tarde anterior y tuvo el peor lote, con diferencia, de la corrida de Cuvillo.

Si el primero se puso pronto a la defensiva, soltando secos tornillazos en sus medias arrancadas, el sexto, con aspecto de toro de casta navarra, se rajó ya en varas y no se empleó apenas en la pelea por mucho que se moviera. Marín le puso empeño a ambos, con tranquilidad y buen oficio, para hacer que sus defectos no fueran a más, que ya era mérito.

Ficha del festejo

Seis toros de Núñez del Cuvillo, de desigual presentación y hechuras y de juego complicado, algunos por su aspereza defensiva y otros por su falta de raza, aunque varios fueron a más en el último tercio y agradecieron la buena lidia de los toreros.

Antonio Ferrera, de fucsia y oro: estocada perpendicular desprendida y descabello (silencio); pinchazo hondo y dos descabellos (vuelta al ruedo tras aviso y petición de oreja).

Alejandro Talavante, de negro y oro: estocada caída (oreja); cinco pinchazos y bajonazo trasero (silencio tras dos avisos).

Ginés Marín, de canela y oro, que sustituía a Roca Rey: estocada caída perpendicular (silencio); estocada baja (silencio).

Noveno y penúltimo festejo del abono de San Fermín, con lleno en los tendidos.

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