CAMBIO DE ESTACIÓN
La respuesta se encuentra en el trastorno afectivo estacional y los cambios de temperatura.
¿Eres sensible a los cambios de estación? Los tránsitos de una fase a otra en el calendario nos afectan al organismo por muchos motivos: el cambio de hora, de clima, las horas de luz solar… Todo ello tiene un efecto directo en nuestros ritmos vitales y estado de ánimo que, en función de la persona, es más o menos acusado.
Uno de los síntomas que puedes empezar a notar a las puertas del otoño es el aumento del apetito. Esto tiene diferentes explicaciones lógicas que expondremos a continuación, la más relevante de ellas el trastorno afectivo estacional.
¿Qué es el trastorno afectivo estacional?
Se trata de un tipo de bajón anímico relacionado con los cambios de estación y que comienza y finaliza en la misma época del año. La mayoría de la gente que lo experimenta lo sufre desde otoño hasta invierno.
Durante estos meses, es normal que se sienta más decaído, poco enérgico y de mal humor. Cuando llegan los meses de calor los síntomas suelen desaparecer. En menor frecuencia, el trastorno afectivo estacional puede aparecer de primavera a verano.
Principales síntomas
En un principio, los síntomas pueden aparecer de manera leve. Aunque suelen ir en aumento a medida que avanza la estación. Entre ellos puede aparecer:
Más frío, más hambre
Por otro lado, también está un factor climatológico. Seguro que, en verano, al volver de la playa o después de un intenso día de calor no te apetece comer un plato de macarrones gratinados recién salidos del horno, sino más bien algo fresquito, como un gazpacho, una sopa de melón o una ensalada. Esto es así porque el cuerpo pretende rebajar la temperatura corporal con la ayuda de la comida. Si ingiriéramos comida caliente conseguiríamos el efecto contrario.
En otoño e invierno sucede a la inversa. Nuestro organismo se encuentra trabajando para poder mantener una temperatura corporal que no nos haga pasar frío. Por esta razón, consume más energía, que puede recuperarse mediante la ingesta de comidas contundentes. Este chute de energía acelera nuestro metabolismo y contribuye a una temperatura corporal estable.
Es decir, esta respuesta del cuerpo va más allá de un simple antojo. Es una de las formas que tiene nuestro organismo para mantenerse caliente. Este proceso se conoce como termogénesis y se define como la liberación de energía provocada por la digestión.
El comer no sólo repone energía, sino que incrementa la producción de calor. Entre la media hora y la hora después de comer el cuerpo puede alcanzar un 10% más de temperatura de la que tenía al inicio de ingerir.
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