Relaciones
Dice la filósofa y activista Brigitte Vasallo que “La monogamia no es una práctica, sino un sistema opresor”, un sistema que establece una forma cuanto menos cuestionable de organizar las relaciones afectivas y sexuales.
Para Vasallo, la monogamia se impuso de forma sistémica en el momento de implantación del capitalismo, y se estableció la familia nuclear como lo que ella llama “Un grupo de salvación y protección”: en un mundo tan duro, era necesario establecer comunidades, y la pareja monógama tradicional –y con ella la familia nuclear– era y sigue siendo la comunidad sobre la que la mayor parte de personas continúan organizando sus vidas. La escritora señala que este tipo de organización de las relaciones afectivas (la pareja como núcleo duro, después la familia cercana, después los amigos…) no solo provoca que acabemos tomando por defecto ciertas decisiones de carácter afectivo, sino que de alguna manera nos obliga a escoger todo un pack que tal vez no deseemos.
Así pues, la vida en pareja se ha convertido en un anhelo para miles de personas que por circunstancias no la tienen. “Anhelar tener pareja no tiene por qué ser algo malo per se”, señala el psicólogo Alberto Álamo, de Sexología y emoción, quien coincide con Vasallo en que “La idea de la pareja monógama convencional se instauró en nuestro ideario a partir de la revolución industrial por una serie de variables que tienen que ver con el reparto de las fuerzas del trabajo. Desde entonces existen muchas influencias desde todos los frentes que pueden hacer que deseemos tener pareja, y tampoco pasa nada si esto ocurre: hay personas que prefieren la vida en pareja, y siempre que esto no sea una obsesión o el reflejo de determinadas carencias no tiene por qué ser negativo”.
El psicólogo señala, sin embargo, que sea cual sea el modelo que nos vaya mejor, siempre es positivo cuestionarse de dónde viene la monogamia –y cómo, según la teoría de Vasallo, al ser un sistema no plantea otras alternativas– y si tras nuestros deseos se oculta más “cierta inercia” que la voluntad real de formar parte de una pareja monógama. Álamo señala, además, que en esta tesitura las personas que deciden o bien no tener pareja o bien apostar por otros modelos alternativos de afectividad suelen ser los señalados. “Vivimos en un mundo en que, a priori, querer tener pareja está bien, es lo que se considera normal y deseable, y no tener especial interés en tenerla te convierte en outsider”, y continúa: “en el caso de las mujeres esto es todavía más difícil de justificar: que el hombre no quiera tener pareja, vale, pero, ¿la mujer? La presión es mucho mayor”.
Pese a que en la actualidad se está cuestionando desde diversos frentes conceptos como el amor romántico y están surgiendo nuevos modelos afectivos alternativos a la monogamia, desde el poliamor a la anarquía relacional o incluso las llamadas monogamias sucesivas –que cuestionan el viejo concepto de que la pareja tiene que ser para toda la vida–, lo cierto es que sigue habiendo muchas personas solteras que buscan pareja con mayor o menor empeño. Hasta aquí, según Álamo, no hay problema, siempre que esta condición no nos haga sentir incompletas o infelices, o que la búsqueda se convierta en una obsesión. Es ahí, cuando se da una obsesión o una preocupación excesiva, cuando es probable que paradójicamente la cosa no prospere. “A veces se dice que cuando buscas pareja desesperadamente el otro lo huele, se atribuye un misticismo a la situación que en realidad no es tal: no es que lo huela, es que se suelen dar una serie de conductas perfectamente observables que pueden causar rechazo en el otro”, explica Álamo.
Para el psicólogo, la obsesión por tener pareja puede hacer que sin darnos cuenta “Estemos alterando un proceso, el de la seducción y el enamoramiento, que suele requerir una serie de pasos que se van dando con naturalidad. En ocasiones, sin quererlo, las ganas excesivas de llegar a un fin hacen que estemos alterando el proceso, que lo encaremos con más impaciencia o exigencias, y que el otro lo perciba”.
En este sentido, el psicólogo considera que “la prudencia nunca falla” y que no es necesario sacar todas las cartas el primer día, expresar a alguien que acabamos de conocer todos nuestros deseos y anhelos. “Conocer a alguien que nos gusta es un proceso gradual de adquirir intimidad, confianza y compromiso, y si todas esas cosas se van dando gradualmente sabremos cuándo se dará el momento preciso para comunicar determinados deseos”. Para Álamo, “Si la búsqueda de pareja se convierte en obsesión nos cargamos la seducción: es algo parecido a jugar obligado con el único objetivo de conseguir un fin”.
Por último, el psicólogo señala que es frecuente que se dé un fenómeno entre las personas que buscan pareja: “Contraponemos dos opciones: el amor racional versus el pasional, la razón y la locura: se da una especie de polarización que no se entiende bien de dónde viene, pues existen otras vías intermedias”. En este sentido, según Álamo, muchas personas que han tenido alguna mala experiencia con un amor pasional tóxico tienden a buscar “Alguien que se ajuste a sus intereses, a su forma de ver la vida, y lamentablemente en ocasiones esa no es la solución, ya que en muchas ocasiones las parejas que se crean prácticamente en exclusiva por una cuestión práctica no tienen buen pronóstico”.
Al final, lo ideal es “que te construyas como persona intentando llevar una vida que te guste, y si a partir de ahí conoces a alguien forjar una relación sin prisas”. De hecho, según el psicólogo, el tipo de personas que no andan por la vida buscando a alguien que las complete suelen resultarnos atractivas, algo que tampoco tiene forzosamente que ver con el hecho de que nos guste quien no nos hace caso. “Nos gustan las personas que están felices y satisfechas con su entorno y con las personas que son, nos resulta tremendamente sexy que alguien se preocupe por construir un entorno que le haga feliz más allá de la pareja”, sentencia el psicólogo.