Inmigración
Para muchos, el mar les recuerda la peligrosa travesía que hicieron con el agravante de no saber nadar.
Miles de migrantes que llegan a las costas de Canarias enfrentan no solo la incertidumbre de un nuevo comienzo, sino también el trauma profundo asociado con el mar. Según un informe reciente, casi 5.000 inmigrantes murieron en el mar entre enero y julio del año pasado, una cifra sin precedentes. Para muchos de los sobrevivientes, el mar representa un constante recordatorio de la peligrosa travesía que emprendieron en busca de un futuro mejor.
Mamadu, un joven de 24 años de Senegal, es uno de estos sobrevivientes. Llegó a Canarias hace una semana junto a otras 215 personas tras un viaje de seis días en el mar. "El viaje duró seis días, tuvimos que pasar las noches en el mar", cuenta Mamadu. Para él y muchos otros, la simple vista del mar es suficiente para revivir el terror de su viaje.
En la playa de Las Teresitas, en Santa Cruz de Tenerife, una ONG ha iniciado un programa para ayudar a estos migrantes a superar su miedo al agua enseñándoles a nadar. Los instructores voluntarios trabajan intensamente para ayudar a los migrantes a adaptarse al medio acuático. "Trabajamos mucho la adaptabilidad para quitarles el miedo", explica una de ellos.
El programa espera capacitar hasta 450 personas durante el verano. Los instructores buscan perfiles de migrantes que más lo necesiten, aquellos que muestran un mayor temor al agua. La tarea no es fácil, ya que muchos de estos migrantes sufren de traumas severos por las experiencias vividas durante su travesía en embarcaciones precarias.
Con una sonrisa nerviosa, Mamadu da sus primeras brazadas en las aguas de Tenerife. "Hablé con un amigo que había cruzado, me dijo que era peligroso. No tenía otra opción, tenía que hacerlo", relata Mamadu. El proceso es lento y requiere de mucha paciencia. Los instructores comienzan enseñándoles técnicas básicas en la orilla antes de avanzar hacia aguas más profundas.
Muchos de los migrantes han dejado atrás sueños y seres queridos en su país de origen. Han enfrentado condiciones extremas que incluyen olas de hasta ocho metros y vientos muy fuertes. "Han dejado atrás unos sueños. Tú ves cuando están entrando al agua...", comenta uno de los instructores mientras destacaba el enorme reto emocional que supone para ellos.
A medida que avanzan las semanas, los migrantes comienzan a ganar confianza y a relajarse en el agua. Los agradecimientos y sonrisas de los participantes son un chute de energía para los voluntarios. "Los agradecimientos son el chute de energía brutal", dice la estructura para subrayar la importancia emocional de estas sesiones tanto para los migrantes como para los voluntarios.
La historia de Mamadu no es única. Representa la realidad de muchos migrantes que, tras sobrevivir a peligrosas travesías, encuentran en programas como este una oportunidad para sanar y avanzar. Assane, un menor de edad de Senegal, también participa en las clases. Hijo de pescadores, Assane tenía algo de experiencia en el agua, pero para muchos como Usman de Mali, el miedo es aún mayor. "Miedo, sí, mucho miedo...", confiesa Usman.
Para Janko, de Gambia, el curso de natación ha sido una forma de sumar nuevas habilidades a su repertorio. "Mi futuro está decidido desde que estaba en Gambia. Allá obtuve dos certificados profesionales, mientras trabajaba y estudiaba, pero ahora me gustaría aprender las diferentes técnicas de cocina que existen aquí", dice Janko, quien sueña con convertirse en pastelero.
Mientras esperan que se decida su futuro, muchos de estos migrantes tienen claro que no quieren quedarse en Canarias. Buscan oportunidades en la Península, un lugar donde esperan encontrar empleo y estabilidad. Sin embargo, mientras tanto, el programa de natación les ofrece una forma de reconciliarse con el mar y dejar atrás los traumas del pasado.
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