Análisis
Lo que empezó como una modernización del juego blanco amenaza con tornarse en un experimento fallido de la era Florentino Pérez.
Cuando el Real Madrid apostó por Xabi Alonso como entrenador para iniciar un nuevo ciclo tras Carlo Ancelotti, lo hizo con una idea clara: dar un giro al modelo de gestión deportiva. La elección del técnico tolosarra no era casual. Su exitoso paso por el Bayer Leverkusen, campeón de la Bundesliga con una plantilla casi desconocida, ofrecía el perfil moderno que buscaba el club para renovarse.
Durante las primeras semanas la propuesta funcionó. El Real Madrid encadenó 13 victorias en los primeros 14 partidos oficiales de la temporada. La presión alta, la recuperación tras pérdida, un sistema táctico dinámico y la meritocracia en el once titular generaron entusiasmo. Kylian Mbappé fue elegido como eje del nuevo proyecto y futbolistas como Brahim, Rodrygo, Arda Güler o el joven Mastantuono comenzaron a destacar en un esquema donde todos corrían, todos presionaban y el estatus no garantizaba minutos.
Una transformación que encontró su primer escollo en la figura de Vinícius. Acostumbrado a ser indiscutible, el brasileño pareció no encajar los cambios. Las suplencias, la exigencia defensiva y las sustituciones erosionaron su relación con el técnico. El punto de ruptura llegó durante el Clásico ante el Barcelona en el Santiago Bernabéu: Alonso decidió cambiarle y el extremo estalló ante los ojos del mundo. Gritos, gestos y un mensaje implícito: no aceptaba el nuevo orden. Fue un desafío público.
La reacción del club fue determinante para lo que vendría después. En lugar de apoyar públicamente a su entrenador o sancionar al delantero, la directiva optó por dejar la gestión del conflicto en manos de Xabi y ese vacío institucional quizá debilitó su figura a ojos del resto del vestuario. ¿En qué posición quedaba la autoridad del míster? ¿Perdió ahí el control del vestuario?
Lo seguro es que desde entonces el Real Madrid fue otro. Vinícius volvió a ser intocable, Bellingham recuperó su rol dominante y perfiles como Güler, Mastantuono o Brahim fueron desapareciendo de la alineación. La presión adelantada se desvaneció, el bloque dejó de funcionar como unidad y el equipo pasó de gobernar los partidos -o al menos intentarlo- a sufrir hasta en Talavera de la Reina.
Se compite a la carta y a veces nadie corre, con lo que apenas se generan superioridades. La crisis de juego se tradujo pronto en una crisis de resultados; Mbappé y Courtois están siendo sido la orquesta del Titanic.
La victoria en San Mamés fue un espejismo. La derrota por 2-0 ante el Celta de Vigo en Chamartín marcó un punto de inflexión. Portavoces oficiosos del club deslizaron entonces que un nuevo tropiezo ante Manchester City o Alavés podría precipitar la salida de Xabi. El 2-1 ante los de Guardiola, aunque insuficiente, ofreció un ligero alivio. Pero el daño en Liga ya estaba hecho: el Madrid ha pasado de ser líder en octubre con cinco puntos de ventaja tras el Clásico a estar ahora a cuatro puntos del Barcelona.
Y el Bernabéu, claro, se ha convertido en termómetro de la crisis. Los pitos a futbolistas clave como Vinícius, las filtraciones desde el vestuario por el 'exceso de vídeos', el agotamiento táctico y la falta de respuesta institucional alimentan un ambiente familiar: el que precedió a las salidas de Benítez, Lopetegui o Solari. Solo Zidane o Ancelotti consiguieron, en situaciones similares, reconducir el caos.
Pero Xabi Alonso no es Zizou. Tampoco Carletto. No ha heredado un vestuario campeón ni cuenta con el aura del francés o la experiencia del italiano. Tampoco tiene tiempo ni margen para construir desde cero. La estructura del Real Madrid bajo Florentino Pérez, con el presidente concentrando un poder sin parangón en cualquier otro club europeo, choca con los proyectos a largo plazo. Aquí no valen excusas, solo valen los resultados.
Esa lógica, aunque implacable, ha producido bajo el mandato de Pérez siete Champions en este siglo. Más que ningún otro club en el continente. El método, si bien abrasivo para el banquillo, ha dado sus frutos. Pero también deja un reguero de entrenadores devorados por las expectativas. Y Xabi Alonso amenaza con ser el siguiente en esa lista.
El plan inicial del técnico estaba claro: cambiar la cultura del vestuario y modernizar su juego. Crear un equipo en el que todos corrieran, se comprometieran y entendieran que jugar en el Real Madrid no era solo una cuestión de talento, sino de esfuerzo. Pero sin respaldo institucional, su mensaje se diluyó. Lo que empezó como una revolución se ha convertido en una gestión de daños.
Hoy el Real Madrid es un equipo sin identidad definida. No hay juego y, lo que es aún peor, eso amenaza los resultados. Ya no se percibe la estructura táctica del inicio, ni la intensidad defensiva, ni la valentía para apostar por otros jugadores. Y Xabi Alonso, que llegó con el cartel de técnico de autor, ha quedado emparedado entre lo que le pedía el cuerpo y la realidad de un vestuario que parece dictar sus propias reglas.
No obstante, cada palo tiene que aguantar su vela. Modric y Kroos han dejado un socavón en el equipo, sea por una deficiente planificación deportiva o porque los Bellingham y Güler de turno no están a su altura. Xabi tiene las piezas de un Lamborghini, pero no encuentra el motor y tampoco sabe cómo montar el coche. Tampoco vale con alinear solo a los mejores; ya se vio la pasada temporada y se sigue viendo esta.
La cuestión no es solo qué le pasa al Real Madrid, sino qué quiere realmente. ¿Está dispuesto, por primera vez en mucho tiempo, a proteger un proyecto con visión más allá de los resultados inmediatos? No obstante, se trata del club con mayor capacidad histórica para transitar durante una misma temporada entre la gloria y el abismo, siempre al filo de la navaja. En cualquier caso la respuesta a esa pregunta, la de qué quiere el club merengue, se encuentra en el propio ADN del Real Madrid: ganar por encima de todo. Y de todos.
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