FERIA DE SAN ISIDRO | 9 DE JUNIO

Solo Ferrera consigue sacar jugo de una vacía y descastadísima corrida de Adolfo Martín

Antonio Ferrera ha hecho en Madrid un despliegue de inteligencia lidiadora, el que corresponde a un torero en plenitud capaz de montar una historia desde la nada, casi como un mago que se sacara una paloma de la chistera.

El diestro extremeño Antonio Ferrera ha sido el único de los diestros de la terna de este viernes en Madrid que, por maestría y aciertos lidiadores, ha logrado sacar algo de jugo de una descastadísima e infumable corrida de toros de la divisa de Adolfo Martín.

Antonio Ferrera ha hecho en Madrid un despliegue de inteligencia lidiadora, el que corresponde a un torero en plenitud capaz de montar una historia desde la nada, casi como un mago que se sacara una paloma de la chistera.

En este "cuarenta de mayo", el maestro extremeño hizo buena la tópica frase, a la que los periodistas recurrimos con abusiva frecuencia y, esta vez sí, se "inventó" la faena al cuarto toro de la infumable corrida de Adolfo Martín. Y es que, a diferencia de sus hermanos, ese 'Chaparrito' salió ya orientándose de chiqueros, mirando y buscando por encima de las tablas una salida que ni encontró ni su matador le iba a facilitar.

Para eso no dejaba el toro de estirar su cuello, que era la única zona de su anatomía donde tenía fuerzas para defenderse, como se vio en varas y en banderillas, donde nunca se empleó con los cuartos traseros, sino derrotando con brusquedad. Pero una vez que Ferrera le sometió los malos humos en los primeros doblones por bajo con la muleta, el de Adolfo, se acobardó y se dio en franca retirada, negado totalmente a la pelea.

A esas alturas de la corrida, Ferrera ya se había señalado por encima de las circunstancias, después de trastear y apurar con impecable técnica y sutileza las mínimas opciones del primero, que sólo quiso rendirse después de arrancarle de un seco hachazo toda la botonadura de la taleguilla en el segundo capotazo. Tuvo, pues, que seguir poniéndolo todo con ese cuarto para poder seguir sacando agua de pozos tan secos, por lo que se fue hasta donde el "adolfo" se refugió en su huida, los terrenos de las tablas de sol, y puso toda su ciencia y su paciencia hasta que el cárdeno no tuvo más remedio que tomar su muleta, aun a regañadientes.

A veces atacando, otras dándole ventajas, consiguió robarle así incluso naturales estimables, en una obra obligatoriamente larga y en la que hubo también sitio para los adornos y los remates gallardos, versos sueltos que al final conformaron un breve pero meritorio texto. El único error, quizás, del torero extremeño, fue cuadrarse siempre para matar en la suerte contraria, dándole al manso los terrenos de afuera, lo que derivó en cuatro pinchazos y en hasta dos avisos que restaron fuerza al premio final de una tibia ovación de reconocimiento para el maestro.

Ante tan plano y vacío material, en cambio, sus compañeros de terna apenas lograron nada lucido en la espesa tarde madrileña. Juan Bautista no pasó de hacerle un aséptico y breve muleteo a un toro noblón y soso, pero se dio luego a un empeño tan templado como tozudamente largo, entre protestas, a otro astado desrazado y rendido.

Por su parte, Manuel Escribano, aburrió y se aburrió con un primero aburrido al que recibió a portagayola, y no logró emocionar más que en un arriesgado tercio de banderillas con un sexto que se paró tan a plomo como ya había caído la tarde, del mismo gris que el pelaje y el contenido de los "adolfos".

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