RICARDO CASTELLA ES
Lolo, el primogénito huevón
El mayor de los Navarro. Para empezar, es el único de los cuatro hermanos que lleva toda la vida pringando en el negocio familiar y aguantando al pesado de su padre. Por si esto fuera poco, los guays de sus hermanos, además de escaquearse, no sólo no le agradecen que él se coma todos los marrones, sino que le tratan con condescendencia. Y para rematar, Pilar, su mujer, una mari de libro con complejo de cuñadísima, no para de azuzarle para que deje de comer mierda y se haga respetar.
La verdad es que Lolo es un buenazo que desde pequeñito se esforzó por hacer lo que se esperaba de él. Aprendió el oficio de su padre y así como el trato con los clientes nunca fue su fuerte, siempre le gustaron el calorcito y los olores que desprendía el horno de la pastelería. Tras toda una vida a la sombra de su padre, Lolo vive esperando que su padre le ceda definitivamente el testigo de “Pastelerías Navarro”, pero ese día no acaba de llegar.
Sus hermanos creen que Lolo es más aburrido que ver crecer la hierba. De los cuatro es el más tradicional, y tanto su relación con Pilar como la forma de educar a sus hijos se parecen bastante a las maneras de Manuel y Concha. Vamos, que es un antiguo. Y como padre va tan justito como el suyo. Hace lo que puede. Con la mejor de las intenciones, pero dentro de sus limitaciones, que no son pocas.
En las celebraciones familiares suele acabar rebotado: entre que su padre le mangonea, que sus hermanos (sobre todo el mimado de Santi) le sacan de sus casillas y que Pilar le pone la cabeza como un bombo, no es raro verle tenso, hasta que se toma unas cuantas copas y se relaja un poco.
A veces le acusan de rata, pero la verdad es que la economía familiar de Lolo y Pilar, con dos hijos, tampoco es para echar cohetes.
Lolo es forofo de los deportes y no es raro que lleve un transistor encima para estar al tanto de los últimos resultados. Es de los que siempre acaba con toda una colección de lamparones en la camisa, lo cual desespera a Pilar.