El claro ejemplo del boom inmobiliario ha sido Marbella. Las familias que vieron pasar el dinero "fácil" ahora se rascan el bolsillo. Los Fernández siguen viviendo en su casa de casi dos millones de euros, pero han tenido que despedir a varios empleados de su negocio. Otras familias ni siquiera saben si tienen casa: las compraron cuando se construía en cualquier sitio y ahora rezan porque se legalicen. Los Dominguez sin embargo no parece que noten el "ladrillazo". A su restaurante siguen yendo constructores y empresarios que pagan con tarjeta de oro casi 200 euros por una langosta.
Fue la urbanización mas famosa de "la burbuja": la del Pocero, en Seseña. Todo el mundo quería tener un piso económico en una zona residencial... Ahora, la zona residencial se ha quedado a medio construir y el precio del piso económico ha caído en picado y ningún propietario puede desprenderse de él. Con el ladrillazo, la única opción es el alquiler y con él han llegado familias como los Rubio. Antes de llegar a Seseña vivían en una chabola en un barrio marginal de Madrid. Eso explica la cara de felicidad y la alegría de Pilar y sus hijos, que siguen sin creerse vivir en una casa con terraza, cocina, bañera y portero automático. Ellos, y una creciente población inmigrante conviven con familias como lo Dominguez, que estrenaron la urbanización del Pocero.
De Villacañas salían prácticamente todas las puertas que cerraban y abrían las casas de la burbuja. No había paro en el pueblo, los jóvenes dejaban los estudios para trabajar en las puertas y nadie se montaba en un coche que no fuera de alta gama. Ahora la mayoría de las fábricas están cerradas, las familias están paradas y los coches vendidos. De estos sueños rotos sabe mucho la familia Avilés.
Roda de Bará soñó con ser la nueva costa dorada y se ha quedado en un pueblo fantasma. La imagen es dantesca: cientos y cientos de esqueletos de casas a medio hacer. Las familias de toda la vida, como los Crespo, han visto cómo los promotores han destrozado su pueblo. Los que apostaron por esas urbanizaciones nuevas, como los Mota, ven que se han quedado sólos y con unos pisos a la baja.
Pero hay un lugar donde sí se terminan las obras: la milla de oro de Madrid, la calle Serrano. Eso sí que es una burbuja. En sus tiendas de lujo se siguen vendiendo anillos con diamantes por un millón de euros, edredones de plumón de pato por 6.000, que vende la familia Matarranz, y los alquileres ni se inmutan: los Giménez Mitanga pagan 6.000 euros al mes por un piso en la calle más exclusiva de Madrid. Claro que tanta felicidad atrae a ladrones que buscan su parte de "la burbuja".