LA MUJER DEL PROGRAMADOR
Entre los cómicos emergentes que se han consolidado en la escena del stand-up español podemos destacar a Susi Caramelo, cuyos reportajes descarados han sido muy aplaudidos; Valeria Ros, valiente pupila de la escuela Ignatius Farray; y Pablo Ibarburu, mirada alternativa e ironía por bandera.
Al cómico donostiarra Pablo Ibarburu algunos lo están descubriendo como reportero de'El Intermedio', donde ejerce de "enviado especialito", o como colaborador de la nueva etapa del 'Yu, no te pierdas nada', que está liderando Ana Morgade desde septiembre en Europa FM.
Ibarburu también se deja ver en 'La Resistencia' y 'Locomundo', programas que han contribuido a que se esté haciendo un nombre en el panorama cómico. Atrás quedan los tiempos en los que este humorista sufría en Estados Unidos.
El máster de Estados Unidos
Estuve un año estudiando en Texas y después me fui a Nueva York y comencé a hacer monólogos allí. Continué en Madrid, durante algo más de seis años", recordaba el cómico en el diario Deia de Gipuzkoa.
En el programa 'Comedia perpetua' recordó que estuvo "ahorrando tres años el dinero" que ganó en el género del "teatro infantil" para marcharse a Nueva York. La experiencia, reconoce, fue "dolorosa, vas pensando a ver qué pasa" y en los open mics "había cincuenta cómicos y no había público".
Ibarburu, desaliño estético escogido, recuerda que tenía que pagar "cinco dólares por actuar y metían tu nombre en un cubo. Entonces solo actuabas ante cómicos y si eras el último nombre en salir acababas actuando solo".
La suerte, explica, era que otros cómicos te reclamasen para participar en un espectáculo. Pero no había demasiado glamour tras subir un peldaño en el escalafón laboral: "Llegas y te dicen, 'ahora vamos a vender entradas'. Cuando conseguías que entrar gente a nuestro show, cuatro noruegos y dos pavos que se habían perdido, de repente aparecía un cómico que se había colado par actuar ante nuestro público. Era un tío que hacía eso".
Ibarburu admitía en el mismo programa que dormía en una habitación con un agujero que daba a la calle, pleno invierno, y que dormía con abrigo y gorro. "Era un puto infierno", reconoce. Eso sí, "fue como un máster".
El foco en una familia numerosa
Ibarburu no tiene el ego que acostumbran a arrastrar los cómicos. Y es que admite que ser un miembro en una familia de ocho hermanos le relajaba mucho: "Es que yo no he vivido nunca en una familia pequeña; en casa éramos tantos que siempre había mucho jaleo, alguna movida. Puedo decir que en mi casa nunca pasaba nada, siempre ocurría algo. Pero una familia numerosa también es cómoda, siempre pasas más desapercibido, me sentía muy bien así, sin que nadie se enterase que estaba por allí".
Ahora Ibarburu no pasa desapercibido ni aunque quiera. Su humor negro, su puesta en escena llena de pachorra y su gusto por los pequeños detalles le han hecho merecedor de un nombre en la lista de los cómicos que vienen. O mejor dicho, que ya están.