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'La sangre helada', o cómo Colin Farrell consigue encarnar al mejor villano televisivo del año

Henry Drax (Colin Farrell) es un arponero dispuesto a salirse con la suya aunque para ello tenga que matar a quien se le ponga por delante. La miniserie rodada en el Ártico es una reflexión sobre la maldad del mayor depredador sobre la tierra: el hombre.

Nosotros mismos, los seres humanos, somos nuestros peores enemigos. Esta reflexión universal planea sobre'La sangre helada'. No son los agresivos osos polares o las gigantescas ballenas o las indefensas focas que pueblan el Ártico las que acabarán con los recursos naturales de nuestro mundo. Serán los hombres codiciosos los que arrasarán con todo, aquellos que solo buscan vivir el presente con el egoísmo por bandera, sin tener en cuenta a las futuras generaciones. El director de 'Looking' Andrew Haigh reflexiona sobre el anhelo de poder y el afán por dominar al otro en la adaptación de la novela de Ian McGuire de 2016 ambientada en el siglo XIX, con la tripulación de un ballenero como protagonista.

Aunque podríamos decir que 'La sangre helada' es un drama de época británico, muy en la línea de otras propuestas de la cadena BBC, lo cierto es que destaca por varias razones. Primero, porque se centra en la clase trabajadora, en concreto en las desventuras que sufren los marineros del Volunteer en una expedición al Ártico. El espectador puede recordar otra serie tan intrigante como esta ambientada en el frío, 'The Terror', pero aunque hablamos de la misma angustia por sobrevivir, en 'La sangre helada' no hay terror sobrenatural que valga. Aquí el miedo es real, pudiendo encontrar paralelismos con 'Meridiano de sangre', la novela de Cormac McCarthy de 1985. La maldad personificada en uno de los integrantes del barco, un arponero interpretado por Colin Farrell, que esconde a un psicópata asesino sin ningún tipo de escrúpulos. Este tipo que embarca junto al resto de marineros se comportará como la espeluznante criatura de 'Alien', agazapado para atacar cuando menos se lo esperan.

Colin Farrell, al que veremos como el malvado Pingüino en la próxima Batman de Matt Reeves, ha tenido algún flirteo anterior con personajes despreciables, pero ninguno como este. Su interpretación del sádico Henry Drax es memorable. El arponero es un ser complejo, más que un villano, es un tipo primitivo, un hombre cuya mirada muestra un alma oscura, su forma de relacionarse con los otros provoca rechazo, su frialdad salvaje resulta aterradora. Todo es aun más amenazante si se compara con su antagonista, un joven cirujano, adicto al láudano, atormentado por la guerra. Patrick Sumner es vulnerable e inexperto, absolutamente creíble en la piel de Jack O'Connell. No es un héroe al uso, más bien funciona como una especie de Sherlock Holmes, pues debe averiguar por qué el asesino hace lo que hace, y para entender al monstruo se convierte también un poco en él. Representa al ser civilizado que (paradójicamente) huye de la civilización y se encuentra de bruces con el Ártico y sus habitantes más agresivos (incluyendo a los que andan sobre dos piernas).

La química entre ambos funciona, como si representaran las dos caras de la misma moneda. Y resulta todo más creíble gracias al entorno. Andrew Haigh se fue a rodar al Ártico, y uno no sabe si da más miedo quedarse en el barco o enfrentarse al frío polar. El navío es una réplica del real, los inuits son de verdad, se habla el inuktitut y todos los actores (incluidos otros secundarios de lujo como Stephen Graham o Peter Mullan) se trasladaron al archipiélago de Svalbard, hasta el que se considera el punto más septentrional en el que se ha rodado una película. Casi que no está en los mapas.

Aunque la caza de ballenas sirve de telón de fondo, el enfrentamiento tiene lugar entre estos hombres de clase obrera, aislados en medio de la naturaleza más apartada de la sociedad. La atmósfera huele a fracaso desde el momento en que zarpan, y resulta siempre tóxica por culpa de la crueldad del bárbaro Drax. Más que el bien contra el mal (aquí todos parecen una cosa pero pueden ser otra), ‘La sangre helada’ habla del mayor depredador que hay sobre la tierra, el hombre, agotando sin impunidad los recursos de la naturaleza, sin miedo a acabar con todo para beneficio propio. El personaje de Colin Farrell simboliza lo aterradora que puede resultar la convivencia (y la supervivencia) cuando la prioridad del hombre es conseguir un fin destruyéndolo todo a su paso.