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La serie de Netflix aborda a lo largo de cuatro episodios la muerte de Lady Di. Sin embargo, a pesar de la expectación, The Crown está siendo acusada de haber perdido la calidad de antaño.
The Crown, la otrora niña bonita de Netflix, su serie de prestigio por antonomasia y la que siempre ha optado a los premios más importantes (y ganado muchos de ellos), parece ahora estar en problemas. La ficción creada por Peter Morgan que documenta la vida de la familia real británica ha pasado de ser el ojito derecho de la crítica a ser fuertemente vilipendiada por sus últimas temporadas. Como muestra, un botón: en Metacritic la nota de las cuatro primeras (81, 87, 84 y 86) es muy superior a la de las dos recientes (65 y 61), evidenciando la caída libre de la que hablamos. Otro: el medio Time titulaba su crítica con un demoledor "The Crown alcanza un decepcionante nuevo mínimo en su sensiblera sexta temporada". Ouch. Pero, ¿se trata realmente de un bajón de calidad por parte de la serie o hay más factores a tener en cuenta? O, dicho de otra manera, ¿son injustas estas críticas y estamos más ante un caso de "no eres tú, soy yo"?
Nos encontramos ya en la recta final de The Crown: el jueves pasado se lanzó la primera parte de la sexta y última temporada, compuesta por cuatro capítulos, mientras que la segunda llegará el próximo 14 de diciembre, con otras seis entregas. Esta división, cada vez más habitual en la plataforma para sacarle jugo a sus estrenos más esperados, en esta ocasión no solo obedece a una estrategia de programación sino que también tiene sentido narrativo: en estos cuatro asistimos a la muerte de Diana de Gales, mientras que en los siguientes avanzaremos en el tiempo hasta el romance del príncipe Guillermo y Kate Middleton o la boda de Carlos III y Camilla. Sin duda, tiempos más felices. Así, la parte 1 de la temporada 6 no solo tiene sentido en sí misma: casi parece una miniserie que se podría haber contado al margen de la historia principal. O no.
Esta cuestión, que parece nimia, en realidad puede tener bastante que ver con el enfado generalizado. Aunque la serie siempre fue sobre la Corona —la institución y por extensión toda la familia sujeta a ella—, durante cuatro temporadas y pico lo que nos ha acercado al televisor han sido la vida y milagros de Isabel II. A medida que la monarca envejece y que sus pasos son menos relevantes, mientras adquieren protagonismo Carlos, Diana y otros royals, la serie se transforma en otra cosa. Es, casi, otra serie. Da hasta cierta pena ver que, teniendo a una actriz tan enorme como es Imelda Staunton, las intervenciones de la reina queden relegadas a un espacio minúsculo y casi anecdótico. Subirse al carro de Diana de Gales, por jugosa que sea su historia, requiere de una renovación del compromiso del espectador que, en su defecto, puede alegar pereza.
Volviendo al titular de Time, que la acusaba de "sensiblera", tropezamos con otro de los cambios que ha sufrido la serie y que tal vez no sea siquiera su culpa. Estas temporadas son más "culebroneras", pero no por decisión de Peter Morgan sino porque la realidad lo fue. La familia real, en el momento histórico que recogen estos episodios, era una auténtica telenovela que los medios seguían con avidez. No es momento de solemnes diatribas morales para la reina, sino de paparazzis, yates, anillos y titulares sensacionalistas. Y esto, junto al mencionado cambio de protagonismo, también refuerza la idea de que "esta no es la serie de la que me enamoré". No obstante, cabe señalar que The Crown mantiene sus exquisitos niveles de producción y que ofrece ideas narrativas interesantes marca de la casa, como el episodio contado a través de la visión de los dos fotógrafos.
Por último, hay una cuestión de percepción y cercanía respecto a los acontecimientos que vertebran la serie. Cuanto más los conocemos, más fácil es ponerles pegas. Al ver una serie de época sobre un personaje o momento histórico del que conocemos lo básico, lo normal es que asumamos que lo que nos cuentan, o al menos la mayor parte de ello, es verídico. Aceptamos como espectadores la narración sin cuestionarla. En cambio, cuando tenemos más detalles en mente e incluso hemos seguido la historia cuando fue actualidad, ahí lo diseccionamos con más perspicacia. El pacto de credibilidad del espectador salta por los aires.
Y con la trama de estos capítulos, referidos a la muerte de Diana y Dodi, se hace más evidente. Y no solo por lo que sabemos, que más o menos queda bien plasmado, sino por lo que no: por las teorías conspiranoicas sobre una posible implicación de la familia real (obviamente ni rastro), por el retrato bastante amable que se hace de unos monarcas tan criticados en su momento (en contraste con el que se hace de Mohamed Al-Fayed, casi villano de opereta) o por todas esas conversaciones a puerta cerrada que es imposible saber si sucedieron o no.
Esto, nuevamente, no debería pillarnos por sorpresa: The Crown siempre ha rellenado los huecos entre los hechos documentados y los encuentros en la intimidad, que eran dramatizados. Pero aquí, cuando Diana y Dodi tienen su última conversación antes del fatal accidente, o sobre todo cuando se aparecen fantasmagóricamente, quizás se note más el cartón.