El error de 'The Last of Us' que muchos comparan con el café de 'Juego de Tronos'
ÚLTIMO CAPÍTULO
"Fe" (Hierro). "Li" (Litio). "Na" (Sodio). Tres elementos para componer una season finale, titulada "Felina", con tres magistrales actos en los que Walter White se colará en tres casas para saldar viejas deudas, despedirse de su familia y tomarse, tal y como anunció, cumplida venganza.
El último capítulo de esta quinta temporada, el decimosexto, arranca con el demacrado Walter White intentando hacerse con un coche en New Hampshire. Es el hombre más buscado de Estados Unidos y la desesperada llamada que hizo hace unas horas, cuando pensaba entregarse como un corderito tras enviar una limosna a su familia, no le ayuda en su último plan.
"Sólo llévame a casa y yo haré el resto", implora en voz alta de White mientras un coche de policía estaciona cerca de él. Alguien parece haberle escuchado y la patrulla arranca y sigue su camino. Las llaves, como suele ocurrir en estos casos, estaban en el parasol. Heinsenberg vuelve a la carretera. Todo es posible.
La imagen de los altruistas Gretchen y Elliott en televisión fue lo que le hizo resucitar y dejar la que iba a ser su última copa de Dimple en la barra. Maltrecho y devastado por un cáncer que ahora sí sabe que podrá con él, Heinseberg aprovechará los últimos estertores de vida de Mr. White para culminar, lo mejor que pueda, su gran obra. Y ellos, Gretchen y Elliott, son la primera pieza de su rompecabezas.
Dentro de la lujosa casa de sus compañeros de antaño, el maestro de la farsa improvisa de nuevo una escenografía casi perfecta y con la genial ayuda de dos compinches inesperados logra su primera victoria. Esto era lo fácil. Queda lo peor.
Y es que lo más duro para Mr. White no será acabar con quienes destruyeron su imperio y se quedaron con su dinero, sino despedirse de su familia y confesar. En su adiós, Walter mira cara a cara a Skyler y, al fin, reconoce que todo fue por él, que el poderoso y orgulloso capo pudo con el abnegado padre. No supo parar, no quiso parar.
Tras contemplar por última vez a su familia, lo poco de Walter White que quedaba de él desaparece y Heinseberg continúa con su ruta de la venganza y redención. Al último desquite de Walter le precede una astuta jugada -no de las mejores de su repertorio, todo hay que decirlo- que además le dará oportunidad de dar salida a la ricina que lleva años escondiendo tras el enchufe de su dormitorio. Un nuevo escarmiento y otro tanto en el casillero de White.
Todo sale más o menos como esperaba, y a su última cita con los malos termina con ellos derrotados. Pero ¿quién tiene que matar a Heisenberg? No es la primera vez que Walter pone en la mano de su pinche de cocina una pistola para que le encañone, pero esta vez hay una gran diferencia: Quiere que apriete el gatillo.
Jesse, que segundos antes acaba de cobrarse su parte del pastel de la 'vendetta', se merece acabar con él. Y Heisenberg lo sabe. ¿Quién mejor que el hombre a cuya novia dejó morir? ¿Quién mejor que al tipo que ordenó matar? ¿Quién mejor que su marioneta favorita? ¿Quién mejor que Pinkman?
Pero Jesse, el bueno de Jesse, no aprieta el gatillo. Él siempre ha odiado mancharse las manos y la sangre que empapa la camisa del profesor White le da la certeza de que tendrá lo que desea sin su ayuda.
Muchas gracias Jesse, tu pulcra revancha permite que Vince Gilligan nos regale la muerte que Walter White merecía.
Así, y mientras suena "Baby Blue" de la banda de rock británica Badfinger, el agonizante Walter White vuelve a entrar a un laboratorio de metanfetamina. El cocinero vuelve a la cocina. Y allí, entre probetas y tanques, allí donde nació Heisenberg, muere Walter White. Nunca le atraparon. Se terminó.