BETTY VE TELENOVELAS
No hay emociones más fuertes que el amor y el odio. Y en 'Hercai', uno de los grandes éxitos turcos de Nova, han estado estrechamente entrelazados hasta su final.
En 'Hercai', el odio más profundo provocó la venganza más cruel, que, a su vez, dio paso al amor más intenso. De todo eso hemos sido testigos privilegiados y tardaremos en olvidar esta historia que demostró que, a veces, el amor es capaz de obrar el milagro y superar todas las barreras, todos los obstáculos y todos los problemas.
No hay Miran sin Reyyan
En el centro de todo el torbellino de emociones que ha sido 'Hercai' ha estado Miran (Akın Akınözü), que, además, ha sido uno de los personajes que ha experimentado todas las emociones habidas y por haber llegando, en ocasiones, hasta límites insospechados.
Miran ha sentido odio. Ha estado prácticamente toda su vida odiando a los Sadoglu y, concretamente, a Hazar Sadoglu, el hombre que, según le contaron casi desde la cuna, mató a sus padres. Miran se ha criado sintiendo el profundo dolor de la orfandad. Ha extrañado a su padre, pero sobre todo ha notado la ausencia de su madre. Y eso, unido a los insistentes y persistentes relatos de su abuela, lo llevaron a sustituir el amor de un hijo por sus padres por el odio de un hijo hacia el asesino de sus padres.
Conocimos a Miran cuando pasó de la pasividad del odio a la ejecución de la venganza. Miran necesitaba que su enemigo sufriera tanto o más que él y se plegó a los planes de su abuela de utilizar para sus fines a Reyyan, la hija de Hazar. Si Hazar le arrebató a sus padres, él le arrebataría el "honor" de su hija.
Sin embargo, si bien el odio de Miran era incuestionable, su compromiso con la venganza de Azize tenía múltiples fisuras. La principal fue que se enamoró de su víctima. Es cierto que ejecutó el plan. Es cierto que llevó a cabo su venganza. Es cierto que siguió todos los pasos de un plan perfectamente preparado durante años. Pero también es cierto que todo ello, lejos de aliviar su dolor, no hizo más que incrementarlo.
Miran llevaba toda su vida sufriendo por sus padres y ahora sufría por la mujer que amaba. Y, además, con el añadido de haber sido él el causante de esa herida.
Y, consciente de que causar dolor no mitigaba su dolor, puso todo su esfuerzo en enmendar el daño causado y en dejar atrás las sombras del odio para dejar que la luz del amor entrase en su vida. Le costó. Tuvo que esforzarse mucho. Tuvo que hacer algo más que construir un columpio hacia el cielo. Sobre todo, tuvo que luchar día a día con los demonios de su interior, con una lucha constante entre el odio acumulado durante años y la esperanza de un matrimonio feliz.
No fue fácil para Miran, pero tuvo en Reyyan el mejor incentivo. Pese a más de un error, pese a más de un desliz, pese a más de un traspiés, tras más de una debilidad, Miran fue capaz de sofocar toda su rabia interior y reorganizar sus prioridades vitales en base una premisa fundamental: no hay Miran sin Reyyan y Reyyan significaba vivir sin odio y sin rencor.
No hay Reyyan sin Miran
Cuando Reyyan se cayó de Azul y la recogió Miran, ni se imaginaba el vuelco que iba a dar su vida. Poco imaginaba que aquel apuesto desconocido iba a ser su mayor pesadilla y, a la vez, su milagro. Porque Reyyan tampoco tuvo una infancia idílica. Es cierto que contaba con el amor incondicional de sus padres, pero el resto de la familia era implacable con cada una de sus debilidades, equivocaciones o con su simple deseo de ser libre.
Reyyan llegó al cielo en el columpio que le hizo Miran y cayó a los infiernos cuando él le dio la espalda. Pero en medio de su travesía por las sombras, Reyyan comprobó que algo de lo que él le dijo era verdad. Si ella caía, él caería detrás. Si ella saltaba, él saltaría detrás.
Y Reyyan decidió hacer una apuesta de futuro. Se metió en la mismísima boca del lobo con un único objetivo: lograr algo de paz. Intentar dinamitar desde dentro todo el conglomerado de intrigas que se desarrollaban dentro de los muros de la mansión Aslanbey.
Mientras unos y otros preparan artimañas para destruirse mutuamente. Mientras unos y otros empuñaban armas con una facilidad pasmosa. Mientras unos y otros gritaban su odio a quien quisiera escucharlos. Mientras todo eso sucedía, Reyyan recurría a su propio armamento: su capacidad de comprender, perdonar y amar. Y, sobre todo, a la esperanza en un futuro mejor. A un futuro sin miedo.
Azize, la víctima victimaria
Si hubiera que definir los problemas de Miran y Reyyan con una única palabra sería Azize. La abuela de Miran ha sido el personaje omnisciente que ha movido absolutamente todos los hilos de esta historia a su antojo. Fue ella quien envenenó el alma de su nieto con odio. Fue ella quien ideó la venganza utilizando a Reyyan. Fue ella quien planeó destruir a sus enemigos.
Porque Azize ha sido una de las mejores villanas que hemos visto en los últimos tiempos. Todo en ella denotaba maldad. Desde el negro que la cubría de pies a cabeza hasta la expresión de su rostro. Azize era el mal. Todo lo peor que pudiéramos imaginar ya lo había pensado antes Azize. Es más, ya lo había dispuesto todo para llevarlo a cabo. Y las pocas veces que creímos ir un paso por delante de ella, cuando creímos verla atrapada, acabada, derrotada, Azize se sacaba una nueva estratagema de la manga y renacía cual ave fénix.
Nada puede justificar los actos y decisiones de Azize, pero ha habido segundos en los que pudimos sentir lástima de ella. Azize se convirtió en un monstruo a base de sufrimiento. Perdió todo cuando era una adolescente en un incendio. Después se casó con un mal hombre y perdió a sus hijos. Azize es un producto del sufrimiento.
Y justamente el origen de su maldad es lo que la diferencia de Füsum, la otra gran villana de esta historia. Azize pretende calmar su dolor causando dolor, pero a Füsum la mueve la ambición y la avaricia. Y esa distinción hace que sus destinos hayan sido tan opuestos.
Azize nació del odio causado por la pérdida y murió cuando recuperó aquello que creyó perdido. Azize nació cuando su bebé se quemó en un incendio. Azize murió cuando salvó a su hijo de quemarse en un incendio. El día que Azize supo que Hazar era su hijo dio paso a Aize.
Fue entonces cuando todo el ímpetu que puso en destruir lo dirigió a construir y, sobre todo, a reconstruir. A reconstruir su identidad y su familia. Y lo hizo asumiendo el reto que suponía. No dudó en insistir por activa y por pasiva en que había cambiado.
Le costó, pero igual que sus actos provocaron que todos la odiaran y la temieran, sus actos también mostraron su deseo de redención: salvó a Hazar, evitó que Reyyan abortara, trajo de vuelta a Dilsah, reconoció la identidad de Firat… Y, paso a paso, fue recuperando casi todo cuanto había perdido hasta llegar a ese momento tan surrealista como asistir a esa reunión familiar donde Cihan pedía a Miran su mano para Nasuh.
Personajes con múltiples personalidades
Azize no ha sido el único personaje que ha vivido una evolución sorprendente. Son muchos los que nos han sorprendido para bien y también para mal.
Nasuh comenzó en la lista de los más odiados. Tardaremos en olvidar el maltrato constante al que sometía a Reyyan. Era el más cruel de los abuelos. Sin embargo, su reencuentro con su querida Aize lo convirtió en un hombre que sí supo entender que la mejor forma de mantener unida a una familia es tendiéndole la mano sin un látigo en ella.
Algo parecido podría decirse de Cihan. Se ha pasado toda la serie viviendo a la sombra de Hazar y sufriendo por esa contradicción de querer a su hermano mayor y, al mismo tiempo, odiarlo por captar toda la atención, toda la confianza y todo el cariño de su padre. Cihan cometió un sinfín de errores. El odio y la envidia lo cegaron en demasiadas ocasiones, pero enfrentarse a la pérdida de las personas que quería lo hizo reflexionar. Primero fue la huida de Azat, cansado de vivir en medio de conflictos y peleas. Después la muerte de Hazar terminó de convertirlo en el cabeza de familia que su hermano habría querido.
En el caso de Fusum el cambio fue para mal. Cuando la conocimos parecía que era la salvadora de Miran y Reyyan. Su estrategia para desenmascarar las mentiras de Azize la convirtió durante un instante en la heroína de la historia. Pero pronto comprendimos que sus buenas intenciones no eran más que apariencias. Azize odiaba por dolor, pero Fusum odiaba por avaricia.
Otros, sin embargo, han mantenido una línea constante. ¿Hay algo bueno que decir de Yaren? ¿Hay algo malo que decir de Firat? ¿Hay alguien más leal que Mahmut? ¿Hay alguien más dulce que Gül?
Una historia de secretos
'Hercai' ha sido una historia de amor nacida de una venganza, pero también ha sido una historia de secretos. Todos los personajes han ocultado algo en algún momento y algo importante, relevante, trascendental para el desarrollo de la trama. Y cada vez que un nuevo secreto era revelado nuestra exclamación era de mayor asombro.
¿Podremos olvidar el momento en que descubrimos que Miran era el hijo de Hazar? ¿Podremos olvidar el momento en que descubrimos que Dilsah seguía viva? ¿Podremos olvidar el momento en que descubrimos que Azize era Aize? ¿Podremos olvidar el momento en que descubrimos que Hazar era el hijo de Azize? ¿Podremos olvidar el momento en que descubrimos quién era Firat?
Habría mucho más que decir y comentar. Habría que recordar a la melancólica Elif. Habría que recordar cómo Azat y Gönul pasaron de su papel secundario en la relación de Reyyan y Miran a protagonizar su propia historia de amor. Habría que recordar la solidaridad de Esma. Habría que recordar a Aslam, a Harun, a Mahfuz, a Sultan, a Melike…
Porque ‘Hercai’ no solo ha sido la historia de amor de los protagonistas. En 'Hercai' cada personaje ha tenido su propia historia. Cada uno de ellos podría haber protagonizado su propia serie.
Y ese será el gran recuerdo que nos deje 'Hercai'. El de una mesa llena de gente que, en un momento determinado, supo perdonar para seguir adelante. El de una mesa llena de gente que dejó atrás el negro de la oscuridad para disfrutar de la luz más luminosa. El de una mesa llena de gente que, después de mucho dolor, puede compartir el milagro de la felicidad.