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NÚMERO DE SERIE

'Dirty John 2': Nuevo 'true crime' con Christian Slater y (papelón de) Amanda Peet

'Dirty John: La historia de Betty Broderick', segunda entrega de la antología, explora otra relación tóxica con final trágico. Para fans de la actriz.

Aquí la historia no tiene que ver con un tipo maquiavélico y caradura que se aprovecha de la ingenuidad de una mujer exitosa y rica, como ocurrió en la primera temporada de ‘Dirty John’ protagonizada por Connie Britton y Eric Bana.

Lo que pretende retratar ‘La historia de Betty Broderick’ es un patrón de conducta masculina que pareció imperar en los años 80. Esas mujeres –esposas, madres y amas de casa–, que habían ayudado a sus (ahora) exitosos maridos a alcanzar el éxito, formando la familia perfecta y sacrificando los mejores años de sus vidas, eran sustituidas (ahora) por chicas más jóvenes. Un cliché que, inspirándose en hechos reales de nuevo, tiene como protagonistas a una inmensa Amanda Peet, como la esposa abandonada Betty Broderick, y a su marido, el abogado Dan Broderick (Christian Slater), que prefiere comenzar una nueva vida junto a una joven empleada (Rachel Keller).

Pero hasta llegar aquí, hasta que la gota colma el vaso (y llegue la tragedia), pasan algunas otras (muchas) cosas en esta miniserie de ocho episodios. Creada por Alexandra Cunningham, la trama alterna dos tiempos, resultando en ocasiones un tanto confusa. La mirada es la de Betty, recordando a modo de flashbacks un pasado feliz con su marido y sus cuatro hijos, mientras se enfrenta a la dura realidad de un divorcio que no quiere admitir. Betty, aunque parezca sacada de una guía de perfectas amas de casa de los años 50, lucha cual khaleesi (sirva el símil pues Amanda Peet es la mujer de David Benioff, cocreador de ‘Juego de tronos’) para no ceder, para, legitimando cada uno de sus actos, luchar por lo que cree que es suyo. Y como para Betty el fin justifica los medios resulta que, la mayoría de las veces, también como Daenerys Targaryen, pierde los papeles y aunque no queremos creer ni que esté loca ni que sea estúpida, se hace muy difícil pensar que esté cuerda viendo el primer episodio.

Aunque Amanda Peet está soberbia y es imposible apartar de ella la mirada, lo cierto es que, más allá de que lleve o no razón, su forma de actuar resulta tan obsesiva que es muy difícil empatizar con ella. Parte de la culpa la tiene un primer episodio excesivo, algo lento por la reiteración de la extraña conducta de la protagonista. Es lógico que una mujer que lo ha dado todo se sienta incomprendida, rechace el abandono de su marido y sume ira a su impotencia, pero no siento que los creadores hayan sabido transmitir el trasfondo de sus temerarias acciones. Su imagen tampoco ayuda, con esas risas superficiales, kilos de laca en el pelo y ropa colorida y estridente tan, pero tan de los 80. Demasié.

Más allá del ‘true crime’, del sensacionalismo del caso de asesinato que sentimos desde el minuto uno que se producirá más tarde o temprano, la serie explora la vulnerabilidad de esta mujer sin trabajo, un empleo que abandonó para ayudar a su marido, y que ahora no tiene un duro para defenderse. También retrata la enfermedad mental: el espectador no entiende a cuento de qué Betty estampa su coche contra la puerta de la mansión de su marido en el primer episodio, solo podemos pensar que no sabe cómo manejar el cambio. La crisis de identidad, el no saber quién eres ni que quieres cuando te lo arrebatan todo, cuando te quedas vacío.

Luego mejora a ratos. Nos muestran a la pareja años antes, cuando ella le ayuda a él en su ascenso laboral y se desvive por formar esa familia ideal, priorizando el bienestar de la unidad al suyo propio. Aunque la elección de los actores jóvenes no resulte muy acertada. Tampoco engancha como la primera entrega pues sobran minutos y falta consistencia en la mayoría de las interpretaciones. Hubiera funcionado mucho mejor narrada de una forma cronológica o alternando pasado y presente pero sin necesidad de focalizar la mayor parte de la trama en Betty, redundando y aliñando el plato con detalles y simbolismos que llegan a indigestar. En resumen, la narración de los hechos un tanto torpe se compensa con una gran interpretación de Amanda Peet como mujer engañada, superada por las circunstancias y, obviamente, vengativa.