CRÍTICA 1x10
La precuela de 'Juego de Tronos' concluye una formidable temporada que ha servido para disponer las fichas en el tablero antes de la Danza de Dragones, pero también para ahondar en los personajes que van a protagonizarla. Cuidado con los spoilers si no has visto el capítulo 1x10.
El último episodio de la primera temporada de 'La casa del dragón' termina por todo lo alto: surcando los cielos y con la primera batalla de dragones a la que asistimos, que supone la acción bélica que inicia el conflicto que llevamos tanto tiempo aguardando. Pero no es solo eso lo que hace grande al desenlace de esta etapa de la serie, pues la calma que ha precedido a la tormenta ha servido para establecer de forma clara las motivaciones de los personajes y sus relaciones e, incluso, definir mucho mejor a algunos que hasta el momento apenas se habían esbozado.
Si el episodio 9 se centró en el bando de los verdes y en cómo habían actuado con premura tras la muerte de Viserys para usurpar el Trono de Hierro, el 10 se consagra a los negros y a cómo encajan las noticias que llegan desde Desembarco del Rey (además de otra escena de en la que la serie se recrea en laviolencia obstétrica). Quizás ese parto de Rhaenyra sea el símbolo escogido, cuestionable sin duda, para mostrar la complicada posición del personaje: rodeada de gente pero sola, llena de dolor pero teniendo que ser fuerte, exhausta pero teniendo que sobreponerse enseguida.
El peso de la Corona es extenuante y no se puede compartir. Observamos a una Rhaenyra no exenta de miedos y dudas, pero a la vez una que se ha preparado toda su vida para este momento. O para uno parecido, porque nunca pudo adivinar que una usurpación del trono se iba a consumar en tan poco tiempo. Pero a pesar de su titubeo inicial, la legítima heredera de Viserys es capaz de tener la cabeza fría y obrar bajo su propio juicio. Mientras sus consejeros y su marido saltan directamente al escenario militarista, ella se toma un momento para pensar qué es lo mejor para el reino. Que anteponga los intereses comunes a un movimiento personalista dice mucho de ella como regente. Sin embargo, como ella misma le dice a Lucerys, no siempre escogemos nuestro destino sino que este es quien nos lleva a nosotros.
Aunque la parte de los dragones es, no cabe duda, la más espectacular y llamativa del episodio, el gran conflicto que pone sobre la mesa 'La reina negra' está entre Rhaenyra y Daemon. Él desde el comienzo obra como si formasen parte de un tándem en equidad: tanto monta, monta tanto. Pero no es así y en pleno parto ella se lo hace saber para, después, recibir un desafiante desaire por parte de su marido. Así, el personaje de Matt Smith se encuentra en una posición similar al que interpretó en 'The Crown', el de un rey consorte que debe aceptar (o no) que el lugar que le corresponde es el segundo plano, a la sombra de una mujer.
Hasta cierto punto, entendemos que Daemon claudica a lo largo del episodio, pero la naturaleza del hermano es inestable y explosiva, así que tendremos que esperar a la siguiente temporada para ver cuán dócil puede ser. Pero él, además de ese acto de insurrección, introduce un tema muy interesante no solo respecto al momento concreto de la historia sino para con toda la saga: ¿es la Canción de Hielo y Fuego en la que creía Viserys una profecía incontestable o solo el sueño de un ancestro que marca los pasos de quien la cree hacia la locura? La manera en la que Rhaenyra se coloque frente a esto puede determinar su destino, pues puede desquiciarla y despegarla de la realidad.
Por otro lado, el episodio 1x10 de 'La casa del Dragón' sirve para clarificar al espectador que ningún bando parte con todo ganado. Si la semana pasada podíamos pensar que Alicent y los suyos eran cuatro gatos y en inferioridad en cuanto a dragones, en este se muestra que los negros tienen más dragones, pero apenas ejército y que antes de iniciar una guerra tienen que asegurarse unos aliados que, de momento, no parecen apoyarles. Ni siquiera tienen garantizado, hasta el final, que los Velaryon estén de su lado; se construye muy bien cuál es la postura de Rhaenys,por qué no frio a los verdes con Meleys en el episodio pasado, que siempre consensúa las decisiones con Corlys (quien, al fin, da un paso atrás) y cómo es capaz de no bajar la frente ante nadie.
Si la generación de Rhaenyra, Daemon o Rhaenys es el presente del relato, pronto sus descendientes serán jugadores tan poderosos como ellos y, en ese sentido, resulta crucial ir dándole dimensión a estos personajes. En el episodio vemos la diferencia entre Jacaerys y Lucerys. El primero es más impulsivo y valiente, aunque entiende que su papel es acatar las órdenes de la reina. Lucerys, en cambio, muestra desde el principio los propios de un joven frágil a quien se le exigirá una fortaleza de la que todavía carece. También, más sutilmente, se aprecia que la diferente educación que han recibido Baela y Rhaena las acercan a diferentes centros de poder: la primera afín a su abuela Rhaenys y la segunda a la mujer de su padre.
Y entonces, sí, llegamos hasta esa brutal pelea de dragones. Lucerys, ese hijo al que hemos querido como propio a lo largo del capítulo, cae en la batalla de la forma más despiadada. Pero más allá del golpe emocional que ello nos supone, incide en algo que ha sido una constante en esta temporada: que algunos conflictos han brotado sin querer, como fruto de una casualidad o un malentendido (el más grave, el balbuceo delirante de Viserys que hizo creer a Alicent que el rey quería a Aegon como su sucesor).
Aquí Aemond no pretende matar a su rival (aunque sí lo pretendía en los libros), sino devolverle multiplicado el bullying que él vivió (más por parte de su propio hermano que por Lucerys, todo hay que decirlo) y se les va de la manos cuando Vhagar actúa sin obedecer sus órdenes. Es un punto de no retorno que desencadenará la guerra y ni siquiera ha sido el jinete quien ha decidido cruzar la línea. Con esto nos dejan una advertencia final: los dragones parecen la clave para ganar la guerra, pero nadie sabe hasta qué punto son incontrolables. Las bestias que acercan a sus dueños a los dioses, también lo hacen hacia el infierno.
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