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'After Life' temporada 3: Ricky Gervais regresa con el final más emocionante posible

El cómico Ricky Gervais ha sabido tratar de forma conmovedora un tema tabú como es la muerte, alternando los momentos embarazosos con un final que te pone la carne de gallina.

Después de sus chistes impertinentes en los Globos de Oro y tras descacharrantes propuestas como 'The Office', 'Extras' o 'Derek', al chistoso Ricky Gervais parecía exigírsele que sus próximos proyectos redundaran en lo que mejor sabe hacer: la comedia. Esa comedia trufada de momentazos que nos producen vergüenza ajena pero que al mismo tiempo nos fascinan por lo absurdo del tema. Pero con el estreno en 2019 de 'After Life' dejó a los fans algo confusos. ¿La mujer del protagonista moría y debíamos asistir a su triste duelo? ¿Iba el cómico inglés a ponerse intenso hablando de la muerte? Muchos nos enganchamos a su propuesta, pues a pesar de la bajona de sus reflexiones, el Gervais de siempre, con su humor ácido y políticamente incorrecto, permanecía oculto tras la cortina. Como con tantos otros muchos temas, la pérdida de un ser especial y las consecuencias del hecho irreversible también fueron objetivo de sus certeros dardos. La tercera entrega (con sus habituales seis episodios) ha llegado antes de lo previsto, a comienzos de año, y sirve de remate final para una serie que se ha convertido en una verdadera joya.

Una de las principales bazas de 'After Life' es mostrar al espectador cómo Tony, una persona corriente, se enfrenta a la desaparición de su media naranja, la persona que le daba sentido a su vida. Después de la muerte de su mujer, Tony se apaga y literalmente se enfada con el mundo y los que le rodean. Gervais se ríe entonces de esos detalles que hacen de la vida un viaje delirante, le quita hierro a muchos asuntos, todo le parece baladí. Pero se va dando cuenta de que la vida continúa, de que

después de la muerte, como reza el título de la serie, el show debe continuar. Y Tony comienza a valorar las otras cosas buenas que tiene en su vida y que, aunque menos relevantes, los demás también tienen sus problemas. Ahí está su padre con una enfermedad degenerativa, pero gracias a las frecuentes visitas conoce a una enfermera encantadora. O como cuando acude al cementerio y se anima a compartir sus impresiones con una señora que lleva largos años visitando a su marido fallecido. Capítulo aparte merecen sus peculiares compañeros de trabajo y amigos, a los que no da tregua con sus hirientes comentarios, pero a los que poco a poco va acercándose e intentando empatizar con ellos.

En la tercera entrega, Gervais deja claro que nunca será fácil pasar página, que la vida no es una película de Hollywood con final feliz. Su herida permanece abierta y sentimos que es comprensible si su mujer lo era todo para él. Es fácil ponerse en la piel del protagonista, un tipo amargado que pasó de decir que su depresión era un superpoder a esforzarse por salir del hoyo; que pasó de probar las drogas para paliar el dolor (aunque fuera más bien un simulacro) a sufrir otra devastadora pérdida al final de la segunda temporada. Todo puede ir a peor, claro, y Tony va aprendiendo por fin que no es compasión lo que demuestran quienes le rodean sino comprensión. Llorar una pérdida es algo inevitable. Cuesta ser feliz, pero no es tan difícil mostrarse amable con aquellos que se interesan por ti. No es fácil que tu jefe en el periódico sea el hermano de tu mujer porque todo te recordará a ella. Tampoco seguir viendo esos videos, que funcionan a modo de flashbacks, que te siguen recordando lo que perdiste. Sigue su toma y daca con esa colega que le saca de quicio, pero sabe sincerarse cuando menos te lo esperas (con una nueva compañera que aterriza en la gaceta).

En su final, Gervais alterna las situaciones embarazosas, esas que siempre incluye en todas sus tramas, con momentos melancólicos que te ponen la piel de gallina, especialmente en la última escena, junto a su inseparable perro y a ritmo de una canción triste de esas que te hacen saltar las lágrimas. Me quedo con una frase de su hermano que resume quién es Tony a pesar de su desvergonzado comportamiento. "No pasa nada por ser un buen tío, no es una debilidad. A tu manera te has preocupado porque la gente fuera feliz, pero también te gusta pincharnos para hacernos pensar, y si no nos mata nos hace más fuerte". Tony como el virus molesto (muy apropiado en tiempos de Covid), inoculado en los que le rodean y en nosotros los espectadores. Gracias Ricky Gervais por eso, por hacernos pensar, por hablar de forma sencilla y sin perder la sonrisa de la muerte y del sentido de la vida.