No funcionan
Pese a que venimos de un sistema educativo profundamente basado en el castigo, tanto en el hogar como en la escuela, en los últimos tiempos han proliferado las corrientes pedagógicas que aseguran que no deberíamos castigar a nuestros hijos.
El principal argumento contra el castigo es, simple y llanamente, que no funciona, pues no solo no favorece el aprendizaje, sino que no invita al niño a reflexionar sobre las conductas inapropiadas y llegar por sí mismo a conclusiones. Así pues, ni sillas de pensar, ni días sin tele, ni restricciones innecesarias. Aquí van algunos argumentos en contra de los castigos que nos invitan, cuanto menos, a reflexionar sobre ellos.
Reproducen roles que deberíamos dejar atrás
Lo dice la terapeuta argentina especializada en crianza, Laura Gutman, quien considera que entre adultos y niños existe una relación “absolutamente desigual”, que acaba reproduciendo las viejas narraciones “de dominadores y sometidos”. “Creemos que la arbitrariedad en la historia de la humanidad es cosa del pasado, cuando resulta que forma parte de nuestra vida cotidiana cuando se trata de las relaciones entre las personas mayores y los niños”, resume Gutman.
Es difícil lograr la proporcionalidad
Dado que el nivel de maduración e inquietudes del niño no es el mismo que el del adulto es complicado establecer un castigo “justo”. Por no hablar de que una educación basada en los castigos ocasiona que cada vez haya que buscar nuevas maneras de castigar más duras que las anteriores, una vez estas dejan de funcionar, de manera que es sencillo que la dureza de la reprimenda se nos acabe escapando de las manos. Lo mismo ocurre con los premios: diversos especialistas, entre ellos Gutman, afirman que a los premios se puede aplicar la misma teoría que a los castigos y que es conveniente eliminarlos de la educación.
Liarla parda forma parte del proceso de maduración
La psicopediatra y escritora Rosa Jové asegura en su libro 'Ni rabietas ni berrinches', que los estallidos emocionales intensos constituyen una fase más en el proceso de maduración. Una fase que, como tantas otras, los niños deben atravesar, a poder ser acompañados de sus padres, que deben “aceptar y comprender” que las rabietas pasarán tarde o temprano, cuando el niño vaya aprendiendo a gestionar sus emociones con sus propias herramientas. Y eso ocurrirá de forma más sencilla si los padres muestran empatía con los niños y les acompañan en una fase que, sin duda, es también complicada para los progenitores.
Los niños pequeños no entienden el castigo
Nos cuenta una lectora que, harta de recoger varias veces al día los juguetes de su hija de dos años, y de que esta no le hiciese caso cuando la instaba a hacerlo ella misma, decidió sentarla en la silla de pensar, en una esquina del cuarto. “¿No recoges? Pues te vas a la silla de pensar”, dijo la madre mientras ella misma ponía orden en el desaguisado. Al día siguiente, la madre exhortó a la niña a recoger los juguetes y la propia niña fue a sentarse a la silla de pensar y le dijo: “no, no, mamá, yo mejor me quedo aquí”. Esto significa que a menudo aplicamos castigos que los niños no son capaces de comprender, y que los relacionamos con supuestos malos comportamientos que estamos juzgando siempre desde el prisma de un adulto.
Nada peor que la comida como premio o castigo
La filosofía de las escuelas Montessori se basa en la educación desde el diálogo, sin premios ni castigos, de manera que al niño se le va exigiendo progresivamente en función de su edad y sus capacidades. Ya lo decía Pitágoras, “educad a los niños y no será necesario castigar a los hombres”. Es interesante destacar que tanto la escuela Montessori como diversos nutricionistas insisten en que una de las peores formas de premio o castigo es la comida. Así pues, el manido “si haces esto, te daré un helado” no solo establece relaciones entre dos cosas que no la tienen, sino que utiliza la comida como recompensa en una sociedad con un número creciente de trastornos alimentarios, con gran incidencia entre adolescentes, a quienes no beneficia nada este argumento. En este sentido, el filósofo José Antonio Marina, que aboga por educar en al disciplina y el autocontrol, sugiere “apoyarse, siempre que sea posible, en las consecuencias lógicas de una acción, más que en medidas punitivas y arbitrarias”.
Dificultan el aprendizaje
Mal que nos pese, los niños nacen inmaduros, y su proceso de maduración durará unos cuantos años, en los que aprenderán ciertas cosas y dejarán atrás determinadas conductas. No es conveniente, pues, educar en el miedo a las reprimendas y los castigos, sino dejar que el niño aprenda, al fin, del mismo modo que lo hacemos los adultos: mediante el método ensayo-error, tropezando y volviendo a levantarse, desde la reflexión asociada no solo a su edad sino a tu tipo de inteligencia y a su personalidad.