HÁBITOS SALUDABLES
¿Las personas que hablan de alimentos buenos y malos comen mejor? ¿Se sienten mejor? ¿Gozan de mejor salud? En este artículo te explicamos por qué hablar de los alimentos en términos absolutos no es la mejor opción.
La mentalidad de dieta está muy normalizada y arraigada en nuestro entorno, incluso en personas que nunca han hecho dietas. Así, resulta muy común escuchar en nuestro día a día hablar de si tal alimento es bueno y si dicen que tal alimento es malo. Pero… ¿Bueno o malo para qué o para quién? ¿En qué contexto? ¿En qué cantidad?
Esta dicotomía de hablar de alimentos buenos y malos, de comer bien o comer mal, de alimentos que puedo/debo comer y alimentos que no puedo/no debo comer es característica de esta mentalidad de dieta e implica una gran rigidez. Si como uno o varios alimentos que califico como malos directamente pienso que estoy comiendo mal, siento que he fracasado en mi intento de comer bien.
Es indudable que hay alimentos más interesantes nutricionalmente hablando y otros menos interesantes nutricionalmente hablando, pero esta es una cuestión muy diferente de decir que hay alimento buenos o malos per se, de hablar de los alimentos en términos absolutos.
¿Por qué clasificar los alimentos como buenos y malos es un problema?
Pues porque si yo pienso que hay alimentos que son malos per se, voy a decirme que no debo consumirlos, es decir me voy a imponer una restricción. ¿Y qué sucede cuando nos imponemos una restricción? Que aumenta el deseo de consumirlos en comparación con quien no se impone la restricción. Y además, muy probablemente esos alimentos que nos decimos que no debemos comer porque nos decimos que son malos, son probablemente los que están más accesibles en nuestro entorno.
En ese momento pueden suceder dos cosas: o bien, me aguanto la restricción a pesar de tener muchas ganas de consumir ese alimento, lo que puede ir en detrimento de mi salud psicológica y social o bien, no aguando la restricción (que es lo más habitual y normal) y lo acabo comiendo.
Al comerlo, lo más probable es que lo coma en una cantidad mayor de la que hubiera comido si no me lo hubiera restringido, en una ingesta más rápida que además puede implicar menos disfrute y que sienta culpabilidad tras la ingesta. Este sentimiento de culpa viene derivado de sentir que estoy haciendo algo malo, algo que no debería hacer. En este punto, puede que intente tener conductas compensatorias (hacer más ejercicio o más intenso, ayunar unas horas, hacer comidas más ligeras…) o puede que no, pero casi seguro que me diré que tengo que intentar no volver a hacerlo, por lo que volveré a imponerme la restricción y vuelta a empezar este ciclo.
"Tener unos buenos hábitos alimentarios no significa comer perfecto en un entorno imperfecto. Los hábitos alimentarios, sean cuales sean, deben ser algo que sale de forma natural y no a costa de constantes restricciones".
El ciclo de la mala relación con la comida
De esta forma se empieza a gestar la mala relación con la comida: "restricción – ansiedad – atracón – culpa – restricción" que puede ser más o menos acentuada o grave en función de muchos factores, pero uno de ellos es el número de dietas que lleve a mis espaldas o cuánto de mala sea la relación con mi cuerpo.
En los casos más graves, esta mala relación con la comida puede derivar en un trastorno de la conducta alimentaria en personas que ya cuentan con otros factores predisponentes, como el trastorno por atracón, que es el más común y del que ya te hablé aquí.
La rigidez alimentaria es incompatible con la salud, entendida esta en su definición de la Organización Mundial de la Salud (OMS) como "estado de bienestar físico, psicológico y social". Tener unos buenos hábitos alimentarios no significa comer perfecto en un entorno imperfecto. Los hábitos alimentarios, sean cuales sean, deben ser algo que sale de forma natural y no a costa de constantes restricciones.
Nuestros hábitos están condicionados por muchos factores, que en cada persona son diferentes, por lo que el planteamiento debe ser comer mejor, ponerse metas pequeñas y sencillas de forma progresiva y realista desde el punto de partida que tenga cada persona, sin prohibiciones, en lugar de plantearse comer bien en términos absolutos o plantearse no comer determinados alimentos como objetivo. La flexibilidad es la única forma saludable de plantearse una mejora de hábitos alimentarios sostenible.