La mujer no es un objeto pasivo

Sí, lo de 'pagafantas' es machista y te contamos por qué

El término pagafantas comenzó a hacerse popular en 2009, cuando Borja Cobeaga estrenó el largometraje homónimo cuyo protagonista era un buen chaval que se enamora perdidamente de una chica que solo le ve como su amigo, una situación que no cambia pese a todos los esfuerzos que él hace por conquistarla.

PagafantasiStock

Pese a que fue a raíz de esta película que se popularizó el término, ya existía el concepto friendzone, que se empezó a utilizar a raíz de la serie Friends, y hemos seguido viendo a este personaje, al entrañable pagafantas, en numerosas obras de ficción a lo largo de los últimos años, siendo un ejemplo significativo el simpático Rafa de Ocho apellidos vascos.

Hablamos de pagafantas para referirnos al hombre que intenta conquistar a una mujer colmándola de atenciones y aún así solo consigue ser visto como un amigo, algo que tiene en realidad connotaciones profundamente machistas. No olvidemos, de hecho, que tanto Ross en Friends como Rafa en Ocho apellidos vascos, acaban conquistando a Rachel y Amaia respectivamente, las cuales en principio se habían mostrado indiferentes a sus agasajos.

Así pues, en numerosas ocasiones el pagafantas, con paciencia, buen carácter y picando mucha piedra, acaba llevándose a la chica que desea. Y además suele parecernos bien, porque el pagafantas cae bien, porque cómo no empatizar con un bonachón con corazón de oro que solo piensa en hacerla feliz mientras ella fantasea con caer en brazos de un malote.

Numerosas voces han alertado desde el feminismo en los últimos tiempos de que ya tardamos en eliminar el término de nuestro vocabulario, y con él cargarnos también la friendzone, ese supuesto espacio imaginario en el que una mujer coloca a un hombre al que solo ve como un amigo cuando él en realidad lo que desea es o bien tener algún tipo de contacto sexual con ella o bien una relación duradera. Veamos por qué deberíamos dejar de hablar de pagafantas.

El término en sí: pagafantas

El hombre es el que tiene el dinero y por lo tanto paga. Y ella, claro, se deja invitar porque es probable que o no tenga los recursos o no quiera gastarlos, lo que nos remite a la brecha salarial y nos recuerda que aquí el caballero no debería estar pagando nada porque ella debería tener el mismo dinero que él para, si lo desease, comprarse ocho toneladas de Fanta. Que el lenguaje contribuye a construir la realidad es algo que nadie se atreve a negar a estar alturas, y este término, pese a lo simpático que resulta a priori, nos acaba remitiendo a señores que sacan la cartera y a Marilyns sexys e ingenuas que se dejan querer sin ser conscientes de lo nerviositos que se ponen ellos, pobres, con sus curvas.

Pareja hablando | iStock

El pagafantas no da de manera altruista

El pagafantas paga porque quiere algo a cambio, y ese algo es o bien sexo o bien una relación de pareja. Es un buen momento para dejar de normalizar que la mujer es una mercancía que, como todo en el sistema capitalista, se puede conseguir con dinero. O con atenciones, o con casito, o con insistencia, pues esta idea no se lleva demasiado bien con aquello de que “no es no”.

El pagafantas cae bien

El pagafantas suele ser, en nuestro imaginario colectivo, un hombre de bien con quien es muy fácil empatizar. Desde La bella y la bestia a Cuando Harry encontró a Sally, Todos dicen I love you u Ocho apellidos vascos, al final es fácil desear con fuerza que el pagafantas, que además en muchas ocasiones tiene un antagonista malote, acabe llevándose a la chica. Y en el momento en que deseamos que el pagafantas gane la partida estamos empezando a aceptar lo que vendría a ser la madre del cordero: que una mujer tenga que conformarse con que un tipo la trate bien para decirle sí, ya sea a acostarse con él o a presentarle a sus padres, qué más da. Que nos traten bien como nuestra máxima aspiración es algo peligroso. Porque que nos traten bien debería ser uno de los factores que nos llevasen a escoger a un hombre, pero no el único. Porque nosotras también tenemos derecho a que, además de tratarnos bien, alguien nos fascine para escogerle como amante o como pareja.

La mujer como objeto pasivo

En el momento en que parece haber consenso en que lo mejor que le puede pasar a Amaia es enamorarse de ese sevillano que se mete en líos por su amor, estamos diciéndole a Amaia que con eso ya debería tener suficiente. Confórmate, Amaia, con que un tipo sea buena persona, te trate bien, sea limpio y trabajador. ¿Qué más darán tus deseos, tus pulsiones, qué más dará que no te guste, que no te excite, que no te emocione? Es un buen tipo, ¿no? Pues aprende a no desear nada más, porque es lo que han hecho las mujeres a lo largo de la historia y no vendrás tú ahora a elegir qué es lo que te gusta y qué es lo que quieres. Dos cosas que, por otra parte, además tal vez no coincidan, pero tampoco te importa demasiado porque resulta que tienes los recursos suficientes para lidiar con esta contradicción.

La donna è mobile: la mujer como alguien volátil

Cuando el pagafantas acaba consiguiendo que se produzca un giro en el guión y la mujer se enamore de él, desde Rachel a Bella, en realidad estamos gritando al mundo que somos volátiles y emocionales, y que con un poco de insistencia podemos acabar cambiando de opinión. La mujeres son esas personas “que dicen que sí cuando dicen que no”, como cantó Sabina, de manera que al hombre solo le queda seguir revoloteando a nuestro alrededor hasta llevarnos a su terreno. No vamos a enumerar las consecuencias catastróficas de esta idea, que incluso nosotras hemos interiorizado, y lo necesario que es erradicarla.

El pagafantas versus el malote

Está claro que el antagonista del pagafantas es el malote en nuestro imaginario colectivo, y está también claro quién sale ganando en este duelo de titanes. El pagafantas llega a nuestra vida para mostrar al mundo que la bondad puede triunfar, y que un tipo paciente y bondadoso puede conseguir lo que quiere con esmero y dedicación. Y es que el hombre parece tener una especie de derecho innato a conseguir lo que quiere solo por el hecho de quererlo: desde el borracho que te agarra de la cintura a las seis de la mañana porque le da la gana, a tu amigo del alma que en realidad planea llevarte a la cama.

Amigos | iStock

Porque el malote, claro, representa todo lo malo: el tipo pasota y altivo que te da mala vida pero que a ti, por algún motivo relacionado con que eres frágil e ingenua, te vuelve loca. Es cierto que en el estereotipo del malote sigue encontrándose el germen del maltratador, pero también lo es que el asunto tiene más matices de los que una sociedad tradicionalmente machista pretende liquidar con la aparición del salvador pagafantas. ¿Y qué si preferimos a alguien que nos resulte más complejo y enigmático que nuestro amigo buenazo dispuesto a que lloremos en su hombro? ¿Y qué si aparece alguien con un punto indescifrable, que nos supone un mayor reto intelectual que otro que es, simplemente, bondadoso? ¿Debemos sentirnos culpables por ello? ¿No nos está culpabilizando todo el discurso que se construye alrededor del pagafantas de no saber querer al hombre adecuado?

Porque está claro que conviene huir como de la peste del malote de manual que nos hace sufrir y nos mina la autoestima, pero también lo está que entre este perfil y el del pagafantas hay un abanico de posibilidades que parece que la sociedad patriarcal nos sigue negando. No se trata, en definitiva, de elegir entre a y b, el malo y el bueno, el tipo que te trata mal y el que te quiere. No puede ser que este discurso del pagafantas haya calado hasta tal punto en que muchas mujeres acaben saliendo con un tipo que no les despierta ningún tipo de emoción porque “es educado”. ¿No nos habremos tragado también nosotras el discurso del pagafantas que llega para salvarnos de los castigadores? ¿No será que esta contraposición entre el blanco y el negro provocada en buena parte por los estragos que está haciendo la palabrita se está cargando los grises?