Presión estética
Por si fueran pocos los complejos que coleccionábamos las mujeres, llegan otros que ahondan en nuestras partes más íntimas: nuestras vulvas y nuestras vaginas. Según la Sociedad Española de Cirugía Plástica Reparadora y Estética (SECPRE), la cirugía estética genital dirigida a mujeres ha aumentado significativamente desde 2010. Así, en su informe de 2014 concretaban que en ese año se realizaron 965 intervenciones de cirugía genital. O, dicho de otro modo, este tipo de demandas suponía el 1,5% del total de cirugías estéticas realizadas en España.
Es cierto que en comparación con otro tipo de intervenciones como el aumento de pecho o la liposucción, la cifra no es alta, pero sí devela el creciente interés que las españolas tienen ante este tipo de cirugías. Posiblemente esta tendencia esconda motivaciones muy diversas, pero las razones estéticas parecen imponerse a los motivos de salud. Ya no se trata exclusivamente de acabar con una incontinencia urinaria o un prolapso vaginal, que conllevan serios problemas funcionales y cuya intervención supone mejorar la calidad de vida. Ahora se han popularizado todo tipo de cirugías y tratamientos que tienen como objetivo que el coño, dicho vulgarmente, luzca en función de un canon.
Con el cambio de tendencia encontramos una gran gama de cirugías y tratamientos que van desde el lifting para el pubis pasando por la reconstrucción del himen (himenoplastia) o la reducción de los labios menores (labioplastia). Justo esta operación fue a la que Karina P. decidió someterse hace aproximadamente cinco años: “Aproveché que tenían que operarme del útero para hacerlo. Para mí fue una excelente decisión. No me arrepiento en absoluto, pero el postoperatorio es incómodo y doloroso a ratos. Tienes el chocho cosido, hinchado, delicado, no te puedes sentar, apenas tocar. Es incómodo para mear y a ratos se siente tirante, pero bueno, todo pasa y la molestia física compensaba totalmente lo que me había llevado hasta allí: mi molestia psicológica.”
Para Karina P. la cirugía estética evoca socialmente un ámbito frívolo y excéntrico, pero también cree que hay diferentes motivaciones y que no deberíamos juzgar por juzgar: “Soy mucho de pensar que las personas tenemos el cuerpo que tenemos y que hay que aceptarlo, pero a veces no es tan fácil, se dan circunstancias que hacen que esa aceptación se vuelva complicada. Siento que para mí un día fue así. Observé mis labios vaginales y los vi bastante crecidos. No sabía lo que era… Se lo enseñé a mi madre y tampoco. Estuve tiempo pensando si eso era anormal hasta que me años más tarde decidí ir a la ginecóloga. Ella me dijo que mis genitales eran absolutamente normales, que las mujeres teníamos tamaños muy diferentes, como la nariz… Cuando supe que no era algo raro, no pude apartar el tema de mi cabeza. Podía hacer vida normal, follar sin problemas, pero en cuanto tuve ocasión, aproveché y me operé”, admite con rotunda sinceridad.
Operarse era para ella una cuestión de autoestima: independientemente de lo que otros pudieran pensar, quería gustarse a sí misma. No obstante, hay quien se somete a este tipo de intervenciones presionada por el entorno o los estereotipos de belleza. Por ejemplo, la himenoplastia suele responder a motivos culturales y religiosos. Hay mujeres que demandan volver a “ser vírgenes” porque así es como deben de llegar al matrimonio o porque quieren satisfacer la fantasía de un tercero.
Otras, en cambio, pretenden asimilar sus genitales al modelo pornográfico, donde impera una particular dictadura anatómica. Si a ellos se les exige grandiosidad, a ellas se las prefiere con los labios menores recogiditos, que no salgan por fuera de los mayores y por supuesto, depiladas. Observaciones como ésta hacen que nos planteemos la siguiente pregunta: ¿hasta cuándo vamos las mujeres a tolerar que otros marquen nuestro cuerpo como un producto? ¿Todo vale en el nombre de la belleza?