PROS Y CONTRAS
La nueva tendencia de entrenar descalzo llega a los gimnasios. ¿Estamos perdiendo el norte o esta propuesta tiene una utilidad y un beneficio claros?
Equiparse para entrenar supone una pequeña inversión de gasto en relación a los beneficios que nos aporta su uso. Probablemente una de las elecciones más importantes, y habitualmente más caras, es el calzado. Pero… ¿Qué pasaría si decidimos entrenar descalzos?
Entrenar descalzo mejora la propiocepción, porque la planta del pie en contacto con el suelo nos aporta una mayor información sensorial que tenemos que procesar y aprender. Podemos decir que la propiocepción es la capacidad de nuestro cerebro de saber dónde está cada parte de nuestro cuerpo en todo momento. Por ejemplo, conocer la posición de nuestra rodilla sin necesidad de mirarla.
Esta cualidad es muy útil para prevenir lesiones, ya que nos permite actuar rápido ante cualquier obstáculo. Por poner un ejemplo, nos permitiría reaccionar inmediatamente si pisamos un agujero mientras corremos.
Tampoco hay que olvidar que, cuando no llevamos calzado, el tobillo está más inestable. A mayor inestabilidad, mayor rango de mejora para la propiocepción.
Efectivamente, en ocasiones entrenar descalzo ayuda a prevenir lesiones. Sin embargo, hay que coger esta afirmación con pinzas, porque depende mucho del tipo de entrenamiento. Para visualizarlo vamos a diferenciar con dos ejemplos completamente contrarios en este sentido:
Seguramente te suene o has oído hablar de las zapatillas minimalistas, que son aquellas que presumen de no tener nada de amortiguación y ampliar al máximo la sensación del contacto con el suelo. Este tipo de calzado puede ser un paso previo a entrenar descalzo, pero nunca es recomendable empezar directamente con ellas.
Como todos los músculos y estructuras de nuestro cuerpo, el pie necesita una adaptación progresiva a la actividad. Si tu deseo es entrenar descalzo y la actividad a realizar es buena para ello, valora antes si estás preparado.
Por ejemplo, si has experimentado un aumento de peso y siempre vas con calzado, cualquier actividad que realices descalzo te va a generar molestias y una posible lesión. Lo mejor es empezar con unas buenas zapatillas que agarren el tobillo y, con el paso del tiempo, ir pasando de forma muy progresiva a calzado minimalista y pies descalzos.
Entrenar descalzo nos da una mayor percepción de contacto con el suelo en todos los músculos de la planta del pie. Esto facilita que se fortalezcan. Con la zapatilla, esto no sucede porque protege al pie, de modo que éste reduce su necesidad de fortalecerse tanto. No desarrolla ese sentido de protección. En cambio, un pie descalzo se ve obligado a hacerse fuerte.
Es especialmente útil en personas con el pie plano, que con este fortalecimiento van a favorecer una mejora del arco plantar. Por lo tanto, al tiempo que mejora la fuerza, la propiocepción y el equilibrio, mejora la pisada.
Los riesgos de entrenar descalzo se resumen en alcanzar el efecto contrario al deseado. Esto se produce por hacerlo sin estar preparados para ello, o por hacerlo en una actividad con impacto como correr o saltar.
¿Has notado que, durante los primeros días de verano, andar con chanclas o sandalias te produce dolor de pies? Esto sucede porque durante el invierno usamos un tipo de calzado más saludable, que protege el pie y amortigua. Las chanclas no dejan de ser un calzado minimalista, que da inestabilidad y elimina la amortiguación. Por lo tanto, al pasar de un calzado bueno a un calzado muy liviano, el pie sufre el cambio brusco y pueden generarse molestias.
Los inconvenientes en verano suelen pasarse con los días, pero este cambio brusco en el deporte es también más brusco para el pie y las lesiones son peores. Algunos ejemplos de lesiones comunes son los esguinces de tobillo y la fascitis plantar. Ambas muy molestas y, en ocasiones, difíciles de recuperar.
Por lo tanto, si quieres entrenar descalzo elige bien la actividad que vas a realizar y adapta tu pie de forma muy progresiva.