CRIANZA
Lo haces con la preocupación de que tengan unos buenos hábitos. Pero… ¿Realmente funciona esta estrategia?
Cada vez más familias están concienciadas de la importancia de establecer unos buenos hábitos alimentarios en la infancia y su repercusión en su salud presente y futura. Fruto de esta concienciación, las familias se informan cada vez más sobre qué hábitos alimentarios deben mejorar y trabajar. Y eso es estupendo.
El problema suele empezar cuando, normalmente a partir de los 3 años, las criaturas van ganando en autonomía y en interacción con el entorno y se empiezan a presentar situaciones que antes no se producían y no se saben gestionar. Por ejemplo, que quieran probar dulces por primera vez o que ya los conozcan y que los quieran comer con más frecuencia que antes.
En ese momento, las familias entran en pánico al no desear que se inicien en el consumo de dulces o que no los consuman con tanta frecuencia como les gustaría o habían imaginado hacerlo. La reacción habitual suele ser un no, motivado con diferentes argumentos para disuadir de su consumo.
No hablamos en este caso de no ofrecer dulces, sino de prohibir su consumo cuando están a su alcance, los ven y los desean consumir.
¿Qué ocurre cuando prohibimos los dulces?
Una de las mayores contribuciones de la Dra. Leann Birch fue su investigación sobre las prácticas de alimentación infantil y sus efectos sobre los comportamientos alimentarios en la infancia y su relación con el riesgo de obesidad.
Los primeros estudios de Birch y su equipo concluyeron que una mayor restricción materna predijo un consumo de mayores cantidades y en ausencia de hambre en la infancia. Hecho que, en última instancia, significa un mayor aumento de peso con el tiempo.
Además, su investigación sugirió que la alimentación restrictiva era particularmente dañina en algunas personas, por ejemplo, en aquellas con una autorregulación más deficiente.
Tras sus investigaciones, recomendó que las familias evitaran restringir excesivamente la alimentación de sus criaturas como pauta de prevención y tratamiento de la obesidad infantil.
Tras ella, muchos estudios posteriores encontraron la misma relación y también un vínculo con el inicio de una mala relación con la comida, aunque también hay otros estudios que no lo encontraron. Es un tema muy interesante y del que necesitamos todavía más información.
Si bien se ha podido ver que el uso de prácticas de alimentación restrictiva suelen resultar contraproducentes, existen evidencias muy limitadas de alternativas efectivas a la restricción. Métodos que ayudan a moderar la ingesta de los alimentos de peor perfil nutricional en la infancia y que facilitan el desarrollo de la autorregulación.
Además, los estudios muestran que la autorregulación no ofrece ninguna defensa contra la televisión y el marketing alimentario online. Es por ello, que, para que sea efectivo, se han de tomar otras medidas de regulación a nivel gubernamental, y, por lo menos, mientras no las haya, de limitación del tiempo delante de las pantallas.
¿Y qué hacemos entonces? ¿Les dejamos comer lo que quieran?
Entre las distintas cosas que podemos hacer que se han mostrado eficaces, como el modelado por parte de la familia, está una de las estrategias que más evidencia tiene de su efectividad: la disponibilidad.
Dado que en la infancia se desarrollan las preferencias alimentarias a través de una exposición repetida a los alimentos, la disponibilidad de unos alimentos u otros es crucial para determinar que desarrollen preferencias alimentarias más o menos saludables.
La disponibilidad o el control de la disponibilidad de alimentos puede ser un predictor constante del consumo de alimentos en la infancia. Se deberían tomar medidas a otros niveles para regular la disponibilidad que hay en un entorno -donde habitualmente predominan los alimentos de peor perfil nutricional-. Pero como padres podemos actuar en nuestra casa, que es donde pasamos la mayor parte del tiempo. Este entorno sí lo podemos regular, para luego no tener que prohibir o limitar la cantidad de consumo.
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