GRAN CONSUMO
Los datos son muy sorprendentes: casi el 70% de los jóvenes entre 10 y 18 años toma bebidas mal llamadas "energéticas". Te cuento por qué este tipo de producto es tan controvertido y por qué en muchos países se está limitando su venta.
Del 70% de los jóvenes que consume bebidas energéticas, un 12% lo hace como consumo habitual y crónico. Además, un 25% de los menores entre 3 y 10 años (o sea, 1 de cada 4) las toma de vez en cuando. Si estos datos fueran sobre bebidas alcohólicas, estaríamos muy alarmados, pero... ¿por qué con esto no? En realidad, sí hay motivos para ello.
En muchas comunidades autónomas se está proponiendo la prohibición de este tipo de bebidas en menores de 18 años. Si miramos a Europa, en algunos países han prohibido la venta de estas bebidas a los menores y han recomendarlo encarecidamente no consumirlas a personas mayores y, por supuesto, embarazadas. Y tienen argumentos sólidos a su favor.
Además del reclamo de taurina o vitaminas que utilizan exclusivamente para que se crea que la "energía" de la bebida tiene un origen más sofisticado, los ingredientes son mucho más simples (y no por ellos más recomendables): azúcar y cafeína.
Quizá con esos colores chillones, esos sabores estridentes y millones de euros gastados en publicidad, se ha conseguido que los chavales desvirtualicen el riesgo. No es un simple refresco y mucho menos un zumo, pero estas bebidas se ven en los almuerzos y hasta en algunos desayunos de adolescentes.
La idea de una bebida que te da energía con un envase potente y promocionada por influencers es más que apetecible en un adolescente. "Total, es cafeína", hemos oído decir. Y también: "Los adultos tomáis cafeína". Y, como suele pasar, tienen razón… a medias.
La cafeína, como sustancia activa que es, tiene concentraciones seguras y dosis peligrosas. Un adulto puede tomar hasta 5 tazas de café repartidas durante el día para que la cafeína se vaya eliminando. Esa es la clave, la dosis de cafeína. Repartida a lo largo del día, la dosis máxima serían 400 mg (esas 5 tazas, más o menos), pero cuando se realiza una ingesta única, la dosis máxima disminuye hasta los 200 mg.
Estas bebidas estimulantes, en sus envases de 500 ml, llegan a 160 mg de una sentada. Ahora imaginemos eso en el cuerpo en desarrollo de un niño o adolescente.
Los efectos no son pocos y son bastante frecuentes:
Con esto ya tendríamos suficientes argumentos para necesitar una protección de estas bebidas a los niños, adolescentes y, si me apuras, ancianos y, obviamente, embarazadas. Pero no queda ahí la cosa, es que tienen un ingrediente extra más, el azúcar. El equivalente a 15 sobres de azúcar en esos 500 ml (ahora ya lo hay sin azúcar, pues nada, estupendo, ahora pasa de ser terrible a muy malo).
Por si fuera poco, añadimos un peligro más: el consumo habitual. De hecho, es peor aún, es más que un consumo habitual, es casi una adicción. Cuando tomas una bebida como esta, pretender "obtener energía" y claro que la obtienes, de forma exagerada. Por eso tu cuerpo, al que no le importa nada más que mantenerte estable, usa todos los mecanismos para llevarse el azúcar de la sangre lo más rápido posible y eliminar la cafeína tan pronto como pueda. En unas pocas horas, ya no sienten la "energía" que consiguieron con esa bebida. De hecho, la sensación es de más cansancio aún. Y necesitan más. Y más.
Eso convierte a cuerpos y cerebros en desarrollo en dependientes de productos que es muy perjudicial para su salud. Por eso es muy lógico que se pretenda prohibir su uso, al menos en menores. Ojalá ampliarlo a eliminar la publicidad como se hizo con el alcohol y ojalá formar e informar sobre estas bebidas y sus riesgos en colegios e institutos, en vez de promocionarlas.