Vaya tela...
El ser humano come cuando tiene hambre, pero, ¿qué ocurre cuándo tomamos platos que nos dan aún más hambre en lugar de quitárnosla? ¿Cómo? ¿Que no te lo crees? Son estos. Atiende
Aunque a veces parezca que comemos por gula, por aburrimiento o por hacer una fotito para subirla a Instagram, lo cierto es que, en origen, lo hacemos por HAMBRE. Ah, ¿se os había olvidado? Pues así es, majetes. Muy bien, ahora imaginaos que ese plato que te metes entre pecho y espalda no solo no te quite el hambr, sino que te de más... Ahhhhh, ¡horror! Pues lo cierto es que hay algunos que tienen ese efecto rebote. Atentos.
'Fast food'. Así, en general. Se supone que en un plato de 'fast food' estándar hay numerosos elementos que contribuyen a que querramos comer más. Por un lado, las grasas trans bloquean los controladores del apetito como la serotonina o la dopamina. Los panecillos pueden producir picos de insulina debido a su alto contenido en sirope de maiz con lo que el hambre sigue. Además tienen una enorme cantidad de sal, lo que nos hace deshidratarnos y aumentar la ingesta de bebidas.
Patatas fritas. Se trata de hidratos de carbono simples... y poco más. Lo que provocan en nuestro cuerpo es un pico de insulina que, por ejemplo, nos lleva a querer consumir algo con azúcar de manera más o menos inmediata. Y esto ocurre aunque hayamos acabado con la bolsa de patatas XXL.
Zumos industriales. La principal diferencia entre el zumo que hacemos en casa y uno industrial es que, en la mayoría de los casos, el segundo tiene todo el azúcar pero nada de la fibra de la fruta debido a la ausencia de pulpa o piel en su preparación. Esto provoca un subidón de azúcar (y luego un bajón, claro) que nos deja con ganas de hincarle el diente a casi cualquier cosa. Así somos.
Alcohol. Aunque hay una moda que consiste en salir y sustituir las calorías de la comida con las del alcohol, esto no es una buena idea. Según un estudio, lo que hacen tres copas en tu organismo es reducir los niveles de leptina y, por tanto, impulsar a tu cuerpo a salir cual zombie de The Walking Dead en busca de hidratos de carbono. Eso por no hablar de la deshidratación, claro.
Pasta. Ojo con la pasta que no es integral. Se trata de un hidrato de carbono simple del que, además, tendemos a comer más de la cuenta. Lo que sucede con ella es que sobrecarga nuestro páncreas soltando insulina y pidiendo azúcar a gritos. Eso explica porque muchas veces, aunque nos hayamos comido un plato de pasta hasta arriba, tenemos hambre poco después.
Sushi. Sí, nuestra comida japonesa favorita bajo el foco del tercer grado. Te comes los makis pensando que son lo más sano del mundo pero, ¿te has fijado en que básicamente pueden ser arroz blanco y poco más? Si el contenido de pescaso es demasiado pequeño, lo único que estarás tomando son hidratos de carbono refinados y nada de fibra o proteína que te sacie.
Edulcorantes artificiales. Los utilizamos sin medida, pensando que son más sanos para nuestro cuerpo que el azúcar. Craso error. Preparan a tu organismo para un aporte calórico que, finalmente, no llega. Es decir, engañan a tu cerebro y esto lleva a que acabemos comiendo más dulces de la cuenta durante el resto del día. Así que toma efecto rebote.