SE LLAMA SHOCK TERMODIFERENCIAL Y ES OTRA COSA
Creces rodeado de mentiras. El engaño se cierne en cada rincón de tu vida a medida que tu quemas etapas y vas llegando a la edad adulta, momento en el que descubres que tu madre ha estado engañándote durante todos estos años: que lo de las dos horas de digestión antes de bañarte es... ¡mentira!
Cuántas horas empleadas en divanes de psicoanalistas analizando cómo los grandes engaños a los que fuimos sometidos en el pasado nos han convertido en las personas que somos en el presente, personas que en líneas generales no suele ser muy de nuestro agrado. Engaños, mentiras, falsedades... pueblan los recovecos de nuestro inconsciente, y desenmascararlos suele acabar en tragedia, especialmente cuando descubrimos que quien nos ha estado engañando vilmente durante nuestra infancia, con premeditación, alevosía y sin ningún tipo de escrúpulos, es ni más ni menos que nuestra propia madre.
Porque no, no es cierto que cuando vas a la playa y te comes el bocadillo tienes que esperar una hora y media, dos, tres horas (aquí dependía mucho de la indulgencia de cada madre) antes de ir a bañarte. Porque lo del corte de digestión es una falacia, que vamos a intentar matizar a continuación, pero al fin y al cabo una falacia. Porque todos aquellos ratos que te echaste a 35º en agosto en Benidorm mirando el reloj, aburridísimo, a la espera de que llegase el gran momento fueron, en realidad, minutos de tu vida malgastados. Minutos en los que podías haber estado chapoteando alegremente a la espera de poder capturar algún monstruo marino con tu lanzallamas que era en realidad el envoltorio de un Calippo.
Dicho esto, rompamos una lanza en favor de las madres. Los pediatras de aquella época, tiempos en que había madres que pensaban que no debías bañarte después de comer (o cuando menstruabas, por ejemplo) bajo ningún concepto, eran los primeros en popularizar el mito del corte de digestión. Que haberlo, haylo, por supuesto (aunque no se llame así), y le puede sobrevenir al más pintado si no va con cuidado, pero que no tiene exactamente que ver con el hecho de echarse al mar tras el bocata.
Estas son algunas consideraciones sobre el llamado corte de digestión (lo del zumo de naranja que pierde las vitaminas de un plumazo si no nos lo tomamos al segundo lo dejaremos para otro día).
- El término corte de digestión referido al shock que puede sobrevenir ante una entrada brusca al agua es, para empezar, incorrecto. Sería correcto usar el término "shock termodiferencial", que consiste en que la persona entra en un estado de obnubilación, náuseas, dolor de cabeza y malestar que, si se producen en el interior del agua, pueden ser de gran riesgo.
- El shock termodiferencial, como su propio nombre indica, no se debe exactamente a la ingesta de comida en el momento previo a entrar al agua, sino al choque entre la temperatura de nuestro cuerpo, elevadísima en las horas centrales del día, que es cuando hace más calor y curiosamente también la hora de comer, y la del agua.
-Conviene, por tanto, entrar al agua poco a poco, mojándonos con paciencia con el objetivo de reducir la temperatura corporal: los brazos, las piernas, el ombligo, la nuca, la cara... Hemos de tener en cuenta, claro, dos cosas: por un lado dónde nos estamos bañando, pues no será lo mismo un río que las aguas del Mediterráneo en agosto, y por el otro qué hemos comido (debemos ir con más cuidado, evidentemente, si nos hemos comido un cabrito que si hemos ingerido una simple ensalada o un sandwich).
-Si por algún motivo empezamos a notar los primeros síntomas (mareos, visión borrosa...) hemos de salir del agua inmediatamente y recuperar la hidratación: ponernos en un sitio fresco, beber agua lentamente y tumbarnos para recuperar el flujo sanguíneo en todo el cuerpo.
-En realidad, haber comido copiosamente puede influir en el llamado shock termodiferencial (o hidrocución), pero insistimos en que son los cambios de temperatura los que pueden producir este síncope que es cierto se ha cobrado muchas vidas a lo largo de la historia. De hecho, de nada servirá que nos pongamos a jugar a palas o a achicharrarnos al sol mientras hacemos la digestión y después nos lancemos bruscamente al agua: hay que entrar siempre poco a poco, sin prisas y, si vamos con niños, invitándoles siempre a jugar en la zona que no cubre para que vayan refrescándose poco a poco.