ESCAPADA GASTRONÓMICA
La capital de Portugal es un auténtico paraíso para los 'cocinatis', aunque hay que andarse con cuidado: las olivas que ponen como aperitivo en los bares NO son por cortesía de la casa. Por lo demás, esta ciudad esconde sorpresas gastronómicas en cada esquina.
Como decía el clásico Superlópez en su cruzada contra la droga, “si os ofrecen chocolate decid que... ¡naranjas!”. En Lisboa, esta frase se puede aplicar (también) a las dichosas olivas. Y es que, cada día, miles de turistas despistados dan las gracias por las aceitunas que les sacan de aperitivo en los restaurantes lisboetas y que, ¡oh sorpresa!, no son un detalle de la casa, sino que luego aparecen reflejadas en la cuenta. Con la prevención de rechazar el dichoso platillo de olivas para evitar sorpresas al pagar, vale la pena aventurarse por las calles de la capital portuguesa para descubrir su rica gastronomía popular. Y es que, por poco más de 10 euros, uno se puede poner como el tenazas.
Lo mejor para evitar las aglomeraciones de turistas y buscar la auténtica Lisboa es adentrarse en barrios menos concurridos, como el céntrico Graça, donde se encuentra el famoso mirador del mismo nombre. Allí está, en la calle Largo da Graça, el Cantinho da Fatima, un restaurante '100% olives free'. Lo que más llama la atención de este local es lo concurrido que está, hasta la bandera de trabajadores haciendo su pausa para comer (incluso la policía es asidua a su menú). Nada de 'delicatessen', pero sí mucha autenticidad, con los típicos platos del día en bandeja de metal. Así, acompañadas de una ensalada o una sopa de cocido, se puede optar por abundantes raciones de albóndigas, patas de pollo al horno, filete de ternera, dorada...
Más autenticidad, también 'olives free', con grupos de abuelitas poniéndose las botas, toallas enmarcadas, póster de 'playmate', ventilador en el techo, un pene gigante de adorno tras la barra y un relieve de la Vírgen colgando de una columna (para vigilar al resto de elementos, suponemos) . Se trata de Tunel de Alfama, en la Rua dos Remedios, un local alargado en el que, por 6,50 euros, te pueden tumbar con su impresionante pernil al horno oculto entre una orgía de patatas fritas o con unas fresquísimas sardinas, estas acompañadas de patatas asadas. ¡Postre, café y dosis de la Lisboa real incluidos! No muy lejos de allí, en un bar sin nombre en la Rua de Santo Estévão, una señora mayor mantiene un local recién sacado de 'Cuéntame' en el que lo mismo sirve cervezas a turistas que corta 100 gramos de mortadela a la vecina de enfrente.
Aunque hayamos demonizado un poco las olivas, hay un par de locales por los que vale la pena jugársela, e incluso probar las susodichas para hacer tiempo. Esto es un poco como lo de los bares de carretera y los camiones en el aparcamiento, pero con los lisboetas: allá donde veas lugareños (y turistas siguiendo la estela) haciendo cola para coger mesa, seguro que se come bien. Es el caso de la Casa da India, en la Rua do Loreto, en el Bairro Alto. En este restaurante de mesas corridas la especialidad son los churrascos, con el pollo como plato estrella (con sus patatas y su arroz como guarnición), aunque hay de todo: sardinas, cerdo, ternera... Si uno se siente valiente también puede optar por una 'alheira', ese embutido solo apto para estómagos blindados, o por unos caracoles.
Lo del O Cabaças ya son palabras mayores. No muy lejos del anterior, en la Rua das Gaveas, ante la puerta de esta casa de comidas también hay cola para pillar sitio. Aquí lo que manda son los chuletones de cerdo a la piedra, y poco más de 10 euros tienen la culpa. El “naco na pedra” -o, también típica, la “picanha” de ternera- se sirve acompañada de patatas fritas (si no dan patatas fritas, no son los auténticos) y de tres cuencos con dos salsas y sal gorda. El comensal se tiene que sudar el bocado: primero, por el calor y el humo que envuelve todo el local y, segundo, porque la piedra sale al rojo vivo y el trozo de carne está tan fresco que exige doma. Todo ello regado de abundante vino de la casa.
En O Cabaças y en Casa daIndia un fugaz chafardeo basta para comprobar como, armados deketchup, mayonesa y tarrinas de mantequilla, los foráneos cometen los más escabrosos y atroces crímenes gastronómicos que uno pueda imaginar. No daremos más detalles, no queremos herir sensibilidades. Y lo peor es que, al salir, los mismos facinerosos dicen que la comida no era para tanto... ¡Nos ha jodido!
No todo va a ser comer... Vale la pena darse el gusto y dejarse tentar por algunas de las excelentes y coquetas vinaterias que trufan Lisboa. En Lisbon Winery, en la céntrica Rua da Barroca, ofrecen una amplia carta de vinos de toda la geografía lusa, desde el Miño hasta el Algarve, pasando incluso por Madeira y, cómo no, la sempiterna Oporto. Si los vinos están buenos, el maridaje que sirven los amables dueños, a base de quesos y embutidos típicos, es como para envolverse en una bandera y gritar “¡Viva Portugal!” cual Cristiano Ronaldo de estar por casa. Encima, el local cuenta en su interior con una cisterna del siglo XVI, declarada patrimonio municipal. El ambiente ideal para una velada romántica (guiño-guiño, codazo-codazo).
Después de tanto trasegar, lo mejor será acabar con un chupito de 'ginjinha', el típico licor de guindas lisboeta. Optamos por hacerlo en la Taberna Saudade (Travessa da Queimada), que ofrece comidas (con sus olivas de aperitivo, no te vas a librar), pero que, a pesar de sus fados y su decoración 'retro' para turistas, destaca más bien por su alegre contagio de la bohemia que recorre las calles de marcha del Bairro Alto. En Lisboa las apariencias engañan.