¡Mamma mía!
Llevamos toda nuestra vida buscando un italiano perfecto y aunque es muy difícil que colme nuestras aspiraciones, Manzoni, la trattoria hermana pequeña de Don Lisander, se acerca a ese ideal. Pizzas finísimas, una burrata brutal y pasta hecha a mano que nos ponen los pelos como escarpias.
Algo debe tener Chamberí con Italia para que, en la zona, siempre acaben floreciando buenos restaurantes italianos. A la larga lista de nombre míticos que han convertido el barrio en una especie de Little Italy madrileño, hay que sumarle, desde hace un año, Manzoni. Hermano pequeño de Don Lisander es un encantador local que se sitúa muy muy cerca de lo que sería nuestro ideal. Por diez razones (aunque podríamos dar más, seguro).
Sabor popular. Los italianos a los que hay que acudir prácticamente de etiqueta también nos gustan (siempre que la comida merezca la pena), pero, para ir de cuando en cuando, buscamos una trattoria, un local sencillo y popular (pero, ojo, en el que cada cosa esté en su lugar) y en el que nos sintamos como en casa. Manzoni reúne esas características.
Las pizzas son cosa fina. Poca levadura en la masa, que fermenta durante 48 horas. Ese y no otro es el secreto de las brutales pizzas de masa finísima que llegan a la mesa. La que lleva huevo y patatas chip es un verdadero escándalo.
La burrata. Este queso fresco en versión crema nos pierde de por sí, pero es que en Manzoni lo sirven con trufa. El resultado es un plato potentísimo, en el que se conjugan la delicadeza de la burrata con la potencia de la trufa. Un queso fresco con superpoderes.
Brutal focaccia. Es como cuando ves a Iniesta driblando a contrarios. Parece fácil, pero no lo es. Con la focaccia pasa lo mismo: en apariencia, un plato sencillo, pero que en Manzoni dejan en su punto justo. La que sirven para acompañar la burrata, con ajo y aceite de trufa es un pecadito.
Pasta artesana. Ellos mismos hacen toda la pasta salvo una variedad. Eso quiere decir que cualquier tipo que se pida, desde los tortellini hasta los cuadretti, rellenos de solomillo y cubiertos con una salsa de parmesano de 18 meses de curación, constituyan un acierto. La pasta e buona y si es artesana, como en este caso, mejor que mejor.
Un chef que sabe lo que se hace. Los puntos anteriores son toda una declaración de intenciones de un chef, Nacho Gil, que llega muy rodado a Manzoni, tras haber pasado por el propio Don Lisander, las Paninotecas de Sergi Arola, en las Trattorias D’G y haber trabajado con Andrea Tumbarello y César Martín. Atento y buen consejero para el cliente indeciso.
Atención al fuera de carta. La temporada importa, y mucho, en el caso de Manzoni. Según la época del año, desfilan por la carta tomates de San Marzano, mejillones o setas. Siempre hay que preguntar, no vaya a ser que nos quedemos sin el plato que va a arrasar esta temporada.
Vinos curiosos. Muchos italianos, que copan casi el 70% de la carta, pero, sobre todo, referencias de pequeños productores que buscan también descubrir algo nuevo al cliente.
Todo a la vista. Para los escépticos (entre los que me incluyo), Manzoni tiene reservado, en la entrada del restaurante, un espacio en el que podemos observar los movimientos del pizzaiolo frente al horno en el que preparan las viandas.
Precios comedidos. Y todo esto, ¿por cuánto? Pues por bastante menos de lo esperado. El precio medio es de 25 euros y uno tiene la sensación de haber hecho un viaje exprés por Italia. Y eso... no tiene precio.
Manzoni. Bretón de los Herreros, 13. Teléfono 91 441 58 52. Cierra lunes y domingo noche. Precio medios: 25 euros.
Pista Cocinatis: La zona de mesas altas es ideal para una cena con amigos.