Una historia sorprendente
¿Empezaste el 1 de enero con muchas ganas y ahora ya no te quieres mover del sofá? Tranquilo, es posible que todo se deba a un aditivo en la comida que tomas. Si abusas de él, es más que probable que la vagancia te pueda.
Hay ocasiones en las que nos da una pereza nivel leyenda ponernos el chándal y salir a correr. Bueno, pueden ser la gran mayoría de los días, de hecho. Resulta mucho más sencillo quedarnos en el sofá apretándonos una serie de cabo a rabo y picando sin fin. Hasta ahora, nos culpábamos a nosotros mismos, pero, eh, la cosa ha cambiado. Resulta que hay un estudio que ha descubierto que es un aditivo alimentario el que nos empuja a quedarnos sentados. Vamos, que no era culpa nuestra.
Resulta que investigadores de la Universidad de Texas han determinado que es el fosfato inorgánico el que nos hace esta perrería. En un experimento, determinaron que ratones alimentados con fosfato extra pasaban menos tiempo en la cinta y tenían menos capacidad para quemar grasa. No solo pasa en Estados Unidos: la Sociedad Española de Nefrología (SEN) ha apelado en ocasiones a las organizaciones de consumidores para que exijan la incorporación obligatoria del contenido en fósforo (en general, como fosfato) en el etiquetado de los alimentos, dado que el consumo medio en España es entre dos y cuatro veces mayor al que se necesita. Los fosfatos hacen trabajar más de la cuenta al riñón y aceleran el envejecimiento.
Pero, ¿para qué se usa? El fosfato inorgánico se emplea para mantener los alimentos frescos durantemás tiempo y mejorar el sabor de los mismos. Se encuentra en alimentos como carnes procesadas, pescado enlatado, productos horneados y refrescos. Si lo queremos detectar, a veces se especifica mediante el código E-388-452, aunque hay comidas rápidas como el kebab donde también nos lo meten sin que figure en el etiquetado. Se encuentra de manera natural en alimentos como el salmón o el pollo, aunque este no es el que debe preocuparnos, sino el artificial.
Claro, siempre estarán los que digan que los resultados solo se han probado con ratones. Pero es que resulta que en otro estudio elaborado por los mismos investigadores texanos se comprobó cómo con humanos sucedía lo mismo. Observaron a más de 1.600 personas sanas y encontraron que los niveles más altos de fosfato en la sangre se correspondían con un menor tiempo dedicado a la actividad física entre moderada y vigorosa. Sí, finalmente dijeron que quizá necesitaban un poco más de tiempo para terminar de analizar los resultados, pero que, mientras tanto, mejor vigilar la cantidad de este contenido en lo que nos comemos.