YA SON NUEVE LOS FALLECIDOS
"En Biel es mort, ho saps? (Ha muerto Biel. ¿Lo sabes?)", comenta Jaume a otro vecino de Sant Llorenç a la mañana siguiente de la noche más larga que se recuerda en el pueblo, la noche en que el torrente que lo atraviesa anegó las calles de fango, destrucción y muerte. Según las últimas noticias, nueve personas han perdido la vida y casi una decena están desaparecidas en la comarca del Levante de Mallorca, donde no se recordaba una riada igual, incluso entre quienes tienen en la memoria la última, no tan nefasta, de 1989. "Qué desastre, qué desastre", se repiten unos a otros en medio del ajetreo de las calles, tomadas por camiones, palas excavadoras, coches de policía, bomberos, guardias civiles y, sobre todo, repletas de vecinos embarrados que trabajan limpiando sus casas y, entre palada y palada, cabecean incrédulos ante la magnitud del destrozo.
Los trabajos de limpieza continúan, se sigue buscando a desaparecidos y rescatando a personas. En estos momentos se extrema la precaución, y las autoridades piden a todos los vecinos que se queden en sus viviendas.
Parece un afán estéril, dada la acumulación de barro, cañas y maleza, muebles y enseres de todo tipo en los bajos de las casas, frente a sus puertas, en los cruces de las calles, pero son sus hogares, y desde que el agua bajó de nivel, sobre las once de la noche, pocos han dejado de trabajar. En las casas más próximas al torrente, que en torno a las seis de la tarde empezó a ser pequeño para una lluvia diluvial, el agua llegó a alcanzar los tres metros de altura, en otras un poco alejadas se llegó a los 1,7 metros y en algunas no superó el medio metro, suficiente para destrozar buena parte de una casa.
El torrente discurría con tal fuerza que arrastró decenas de coches aparcados en las calles, donde esta mañana todavía se amontonan decenas, llenos de cañas y yerbas como si estuvieran una década abandonados en el campo. Cepillos, escobas, cubos, palas, tablones, todo sirve para sacar a la calle desde plantas bajas, almacenes y tiendas el barro que las máquinas barredoras y las palas mecánicas van retirando tonelada a tonelada. Trabajan niños (hoy sin clase por orden de la autoridad), jóvenes, padres, abuelos, bomberos y otros efectivos de los cuerpos de emergencia y seguridad, desplegados desde anoche para buscar víctimas y aliviar a un pueblo impactado.
"Nunca estás preparado para algo así, tan fuerte", explica una joven del pueblo a la que el torrente pilló fuera, y que se salta el cierre policial de las carreteras de acceso para llegar, campo a través, a ver a su madre y saber cómo está su casa. "No podía estar allí esperando, sin cobertura en el móvil", dice con los pies embarrados. Algunas calles altas van llegando a la normalidad y en ellas se reúnen vecinos en corrillos. Se cuentan su experiencia, se muestran fotos y vídeos en los teléfonos, y comentan la suerte que han tenido ellos y la desgracia de algunos otros.
"Aquí nos conocemos todos, es un pueblo pequeño", subraya Jaume. La normalidad, aún tan pronto, se abre paso con su peso ineludible: pandillas de chicos se acercan a ver algunas de las pilas de coches o los terrenos anexos al torrente que parecen escenarios de una explosión y varios bares están abiertos, como los bancos y la farmacia. Hoy hay trabajo y estupefacción. Pronto dominará el duelo.