Violencia de género
Ha tenido que entregar las llaves de su casa. Está separada y su exmarido está condenado por violencia de género, pero una sentencia les obliga a compartir el domicilio familiar por turnos: un año cada uno.
Faltan unos minutos de las 10 de la mañana y Magdalena Javares espera en el portal de su casa en León junto a sus dos hijos, su hermano y una amiga que la coge del brazo con cariño. Sus ojos reflejan angustia, preocupación y un cansancio propio de no haberlos cerrado durante toda la noche. Con sus manos aprieta fuerte una carpeta azul llena de documentos que la reconocen como víctima de violencia de género.
A las 10 y media en punto, llega la comisión judicial para hacer efectivo el lanzamiento provisional de su vivienda, la misma que compartió con su ex marido y que ahora pasará a ocupar él. Lo ha decidido un juez. Tienen que compartirla. Un año vivirá él en ella; al año siguiente será el turno para Magdalena.
Mientras entrega las llaves, no se cansa de insistir a las funcionarias del juzgado, que han venido acompañadas de agentes de la Policía Nacional, que es una "situación incomprensible". "Aquí han tenido mucho más en cuenta el interés del maltratador que el de la víctima que soy yo", repite.
Su ex marido fue condenado por un delito continuado de violencia familiar en el hogar a cuatro años de prisión y "no sólo no va a entrar en la cárcel porque se le ha conmutado la pena por trabajos a la comunidad, sino que va a hacer que salgamos nosotros de la casa familiar para ocuparla él", sentencia.
Esta mujer leonesa desde hoy se mudará a otra vivienda de un familiar que está justo en el bloque de enfrente, a apenas 20 metros de su casa. Y se da la circunstancia de que él tiene una orden de alejamiento de 500 metros hasta 2032. "Ahora me tocará llamar a la policía cada vez que me cruce con él para que lo detengan por quebrantar la orden de alejamiento", se lamenta.
Magdalena ha recurrido esta decisión judicial aunque reconoce que ha perdido la fe. Se despide y arropada por sus hijos se dispone a recorrer los 20 metros escasos que separan su casa de la que desde hoy ya ocupa su malatratador.