Caballos salvajes
Sin comida ni agua suficientes, estos caballos podrían desaparecer en apenas 15 años según los ganaderos de la zona. Piden un plan de protección.
En la Serra da Groba, entre los ayuntamientos pontevedreses de Oia, Baiona y O Rosal, viven los que, según sus ganaderos, son los últimos caballos salvajes del mundo. Un entorno inigualable en medio de unos montes imponentes que se elevan sobre el océano Atlántico.
Entre el verde de la vegetación y el azul del mar. Entre la fría niebla del amanecer y las temperaturas suaves del mediodía en las Rías Baixas. Ahí. Justo ahí viven los conocidos como garranos. Miles de años lleva viviendo en liberad esta especie salvaje que ahora ve peligrar su supervivencia.
Tanto es así que los ganaderos de la zona empiezan a ponerle fecha de finalización a una forma de vida que ha durado miles de años. 15 como mucho les dan. Para muestra un botón, en el año 2019 quedaban 1.300 ejemplares, ahora aproximadamente unos 900.
El problema es que les falta lo básico. Agua y comida. Las especies invasoras como el eucalipto eliminan la flora autóctona y acaban, por ejemplo, con los 'toxos', tan típicos del monte gallego y fundamentales para la alimentación de estos caballos. Además, este tipo de árboles contribuyen también a un consumo de agua excesivo, lo cual pone en peligro este recurso para los equinos. Sin agua y sin comida, muchos de ellos llegan excesivamente débiles al final del verano, lo que complica sus posibilidades de superar el invierno.
Son caballos salvajes, nadie mejor que ellos para buscarse la vida en su hábitat natural pero, ¿qué pasa cuando este hábitat se transforma demasiado? La necesidad hace que se acerquen mucho más a los cultivos y a la población, buscando ese alimento que no encuentran. Esto aumenta enormemente el riesgo de causar desperfectos, y con él el de pérdidas económicas para sus responsables.
Ante este panorama, no son pocos los que han dejado de dedicarse al ganado o han reducido mucho su volumen. Los más sentimentales, los que no se rinden y luchan por mantener su continuidad, se encuentran, dicen, cada vez con más trabas legales.
Beneficio, dicen, no se les saca, tan solo –aunque no sea poco- la satisfacción de cuidar una de las tradiciones más ancestrales de cuantas se conservan en Galicia. Tradición que ahora está en serio peligro.
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