Coronavirus
La mascarilla ha llegado para quedarse, unos meses por lo menos. Y es que este elemento de protección individual frente al coronavirus se ha convertido en el objeto que nadie puede olvidar al salir a la calle, ir al trabajo, a hacer la compra o a recoger a los niños al colegio.
Su uso ya está generalizado entre la población y los españoles han integrado la mascarilla en su día a día, pese a algunos problemas relacionados con su uso: nos empañan los cristales si llevamos gafas o tendemos a gritar con ellas más de lo habitual.
Y qué decir de cuándo se nos olvidan en casa. Hay quien guarda alguna de emergencia en el bolso o en el coche.
La principal incomodidad es el tiempo que pasamos con ella puesta, un tiempo en el que todo cuesta más: desde hablar por teléfono a mantener una conversación.
También dificulta identificar a personas y las relaciones personales. Acostumbrados a vernos las caras, la nueva realidad que se impone por el coronavirus es muy diferente.