NARRABA CON DETALLE TODOS SUS ROBOS

Los diarios personales del ladrón del Códice Calixtino son la prueba más sólida contra él

El electricista Manuel Fernández Castiñeiras, condenado a diez años de cárcel por la sustracción del Códice Calixtino y de una suma mayúscula de dinero, elaboró la prueba más sólida contra sí mismo: 36 diarios en los que narraba sus rutinas y las cantidades que robaba.

Los 36 diarios encontrados en el garaje de Manuel Fernández Castiñeiras, autor del robo del Códice Calixtino, son ahora la prueba más sólida contra él. En ellos naraba abiertamente su día a día así como los robos que cometía.

Esta documentación, a la que Efe ha tenido acceso, evidencia el descontrol que antaño existía con los dineros en la Catedral de Santiago y muestra un expolio que se mantuvo en el tiempo y que se descubrió cuando la comitiva judicial registró el domicilio de Castiñeiras en Milladoiro (A Coruña), percatándose de los manojos de billetes guardados en bolsas, carpetas, mochilas y una pequeña caja fuerte. Nadie en el templo había dado cuenta de esta pérdida.

En sus libretas Manuel Fernández Castiñeiras narraba todos sus pensamientos y desvelaba sus incursiones en el despacho de la administración del templo, así como el dinero que poco a poco él iba recolectando y las apropiaciones de billetes.

En los primeros diarios cuenta sus hábitos y costumbres, así como anécdotas del cabildo catedralicio, y en el último se aprecia ya una gran precisión al detallar los pillajes y la contabilidad, que figura por jornadas, así como en resúmenes contables parciales, otros anuales, y, en algunos casos, en períodos de tiempo no fijos.

El 5 de enero de 2005, por ejemplo, escrito de su puño y letra, su día se concretó en ir a la Catedral, coger 2.910 euros y 114 dólares, computarlos en el archivo, salir a tomar dos cafés, regresar a la basílica, volver a una cafetería, charlar con un religioso, echarse la siesta, dar de comer a los animales, recoger y dejar a su mujer, la costurera Remedios Nieto, y hacer una reparación eléctrica encargada.

Fernández Castiñeiras se enfrenta ahora a diez años de cárcel, a una multa de268.425,11 euros, al decomiso de dos pisos y a la devolución de los 2.447.590,68 millones de euros robados, de los que la Catedral de Santiago ya ha recibido 1,7 que fueron intervenidos.

Su pena más severa no es por el saqueo del valioso manuscrito del medievo, único en el mundo, ya que por ello ha sido sentenciado a tres años de cárcel. El tribunal consideró que se trata de un hurto y no de un robo, ante la duda de si las puertas del claustro estaban o no cerradas, razón por la que, sin certeza absoluta, no debe adoptarse la decisión más perjudicial. En cambio, son cinco años de prisión los que ha de afrontar por un delito continuado de robo con fuerza y dos por blanqueo de capitales, así como la mencionada sanción económica.

No le ha servido de nada intentar demostrar que padece una anomalía psíquica que lo impulsa a raterías y sobre la que no tiene control, puesto que la sección sexta de la Audiencia Provincial de A Coruña no ha dado veracidad alguna a esta condición. En este sentido, la sentencia expone que era metódico, puesto que examinaba lo encontrado con detenimiento y después seleccionaba.

Junto al electricista que trabajó para el templo en calidad de autónomo, también fueron juzgados su mujer y el hijo de ambos, Jesús, en estos casos por blanqueo de capitales. El hijo fue absuelto pero sobre su mujer recayó una condena de seis meses de cárcel y una multa igual a la que ha de afrontar su cónyuge, 268.425,11 euros.

La letrada Carmen Ventoso, que se ha ocupado de la defensa de esta familia, ha avanzado que tras un estudio detallado del fallo, todas aquellas partes en las que no se les dé la razón, merecerán un recurso ante el Tribunal Supremo. El veredicto ha causado en ella "cierta satisfacción" porque la condena está "muy alejada" de la demandada por el Ministerio Fiscal -15 años- y la acusación particular, que ejerció la Iglesia y reclamaba 31.

Si da el paso de recurrir, faltará todavía por escribir el último capítulo del protagonista de un rocambolesco latrocinio, el de la mayor joya bibliográfica de Galicia, desaparecida el 4 de julio de 2011 y localizada un año más tarde en un garaje propiedad de Manuel Fernández Castiñeiras.

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