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A primera hora de la mañana decenas de indigentes comienzan a aparecer en la Plaza de España madrileña. En menos de una hora el grupo ya organizado se mueve bajo las órdenes de una persona y avanzan por la Gran Vía. Entre gritos en rumano se dirigen a la Puerta del Sol.
Una vez en este emblemático lugar de la capital se reparten por la plaza, a cierta distancia los unos de los otros. Mientras el centro de Madrid se llena de vida, turistas y viandantes a los que se dirigen mendigando sin parar. No paran ni para comer, cada céntimo que recaudan lo guardan y siguen pidiendo.
A primera hora de la tarde la zona centro es suya. Están por todas partes. Nos acercamos a uno de ellos, que ha llegado cojeando hasta su sitio, y nos confirma que es rumano y que siempre ocupa ese mismo lugar. Según nos cuenta lo que saca le da para vivir.
Va cayendo la tarde y todo el grupo vuelve a reunirse en los jardines de Plaza de España. Uno de los hombres reclama el dinero a una mendiga. Cuando acaba mira a una de las mujeres y se sienta junto a ella. La recaudación del día no le parece suficiente. Quiere más y con mucha habilidad lo consigue quitarle más monedas, de uno de los bolsillos, sin que la mujer se percate.
A los bajos de la calle Bailén llegan otros indigentes que dormirán aquí. Llega una mujer, el hombre que parece liderar el grupo se acerca a ella y le quita lo que lleva en la mano. Bajo la atenta mirada del hombre y el que parece su ayudante, los únicos que aún permanecen en pié, otros sacan algo de comida y se preparan para intentar descansar. El suelo duro de asfalto que han pateado durante todo el día se convierte ahora en su cama.