Dispositivos móviles
Recogemos testimonios de alumnos y profesores tras la prohibición de los teléfonos móviles en los centros escolares gallegos.
Ya casi termina el curso en el que los dispositivos móviles quedaron prohibidos en los centros educativos de toda Galicia. Se convirtió, así, la gallega en la primera comunidad en instaurar esta medida. Es hora de hacer balance y preguntar, a quienes se han convertido en protagonistas de esta pauta, cómo han transcurrido estos meses.
Nuestra primera parada la hacemos en Carballo, A Coruña, en el IES Alfredo Brañas. Su directora, Mónica Mariño, no esconde su sorpresa con la reacción de los menores. "Estamos muy orgullosos, ellos lo aceptaron casi con total naturalidad y era algo que no esperábamos, hemos ganado todos", comenta. En el patio del centro varios chavales juegan al ping pong y, la docente agrega, "las relaciones sociales han mejorado considerablemente".
Nos vamos ahora hasta la localidad coruñesa de Vimianzo. Lucía Novo, la vicedirectora del IES Terra Soneira, solo encuentra positivismo alrededor de esta medida.
Los teléfonos no se han prohibido solo en las aulas, también en los pasillos, en el recreo y en todo el tiempo que pasen en el centro escolar. "Van más a la biblioteca, pasean por fuera, disfrutan en mayor medida y socializan. El cambio es, totalmente, para mejor".
Lo mismo nos dice Ricardo Rodríguez, director del IES David Buján de Cambre, en A Coruña, aunque en este centro no esperaron a la medida de la Xunta para tomar la determinación. "Nosotros desde 2022 lo prohibimos y creo que eso contribuyó a que el ciberacoso dejase de extenderse en el centro", apunta.
Pese a la mejora en la convivencia del alumnado, encuentra cierto inconveniente cuando se celebran excursiones. "En esos días hay que hacer excepciones, sobre todo con los mayores, no puedes someterles a estar sin teléfono cuando están lejos de casa", explica el director.
De bullying también nos habla Marisol Louro, directora del IES de Ames. "Antes tenía cada día a un padre o una madre, al menos, hablándome de que a su hija o hijo lo eliminaban de los grupos de WhatsApp, lo maltrataban por las redes, o le sacaban fotografías feas en clase. Este año, en lo que va de curso, no hemos tenido ningún problema de ciberacoso".
En el recreo de este centro encontramos a los chavales jugando al ping pong, en un corrillo hablando, haciendo sonar un ukelele, dibujando, escribiendo poesía y caminando por una zona arbolada. El ambiente es idílico, "todo ha cambiado mucho", y salvo contados casos, los menores también están de acuerdo con la medida.
Gabi se acerca a nosotros, estudia 3º de ESO y asegura que ahora dibuja "en lugar de mirar la pantalla", habla más con los compañeros y también va a la biblioteca. A su lado, otro estudiante asegura que lleva el teléfono en el bolsillo, aunque apagado, pero tan siquiera se atreve a mostrarlo. "Si tú usas el móvil te lo quitan y tienen que venir tus padres a una reunión, es mejor no arriesgarse".
Pese a la dependencia de muchos jóvenes a la tecnología, en su gran mayoría coinciden en los beneficios de la prohibición de los dispositivos en los centros. Algunos a regañadientes, "no nos queda otra", pero las consecuencias se perciben en cuanto se pone un pie en el patio.
El tiempo que antes invertían en las redes sociales lo emplean ahora en jugar, relacionarse entre ellos y modificar hábitos que les perjudicaban. "Es el momento de trasladar el trabajo a las casas, con sus familias", insiste Marisol Louro. Es, posiblemente, la asignatura pendiente de un programa que ha servido para hacer la vida de nuestros jóvenes más saludable.
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