Opinión
Occidente trata de encontrar el difícil equilibrio de endurecer las sanciones sin provocar males mayores por parte del Kremlin.
Cada día que pasa, el descubrimiento de nuevas matanzas en Ucrania hace que la brecha entre Rusia y Occidente sea mayor.
La determinación imperialista de Vladimir Putin ha traspasado ya todas las líneas soportables, y la disputa diplomática y económica alcanza niveles nunca vistos.
Varios países europeos, entre ellos España, han ordenado la expulsión de decenas de funcionarios rusos de las embajadas en territorio comunitario. Y Estados Unidos ha llevado sus sanciones económicas contra Rusia hasta el entorno más cercano de Putin: incluye a sus dos hijas mayores.
El círculo se estrecha en el entorno del presidente ruso que, ahora, sube la apuesta militar y trata de conquistar la ciudad de Mariúpol, que ya ha destrozado con bombardeos continuos desde hace semanas.
La muerte y la destrucción serán el legado que deje Putin. Pero, mientras llega ese momento, los países occidentales tratan de encontrar el difícil equilibrio de endurecer las sanciones, sin provocar males mayores por una reacción sobreactuada del autócrata del Kremlin.