CRISIS EN VENEZUELA
En la capital venezolana miles de personas pasan horas en colas bajo el sol caribeño para conseguir algún alimento a precio subsidiado o un lugar en las escasas unidades de transporte público. Aunque no lo parezca, los habitantes de Caracas son unos afortunados: cuentan con gasolina y energía.
Solo en esta área, en la que hacen vida unos seis millones de ciudadanos, el servicio eléctrico no es interrumpido a diario, como ocurre en todo el país desde hace dos meses, y la mayoría de las gasolineras operan sin contratiempos. Nada que ver con la escasez de combustible que afecta a millones en el interior de Venezuela.
Aunque el mote de "burbuja" que atribuyen los venezolanos a Caracas no es nuevo, el torbellino de la crisis nacional que se llevó a su paso la estabilidad de los servicios públicos ha hecho que los más de 20 millones de habitantes de los otros 23 estados del país miren con enfado y cierta envidia a los caraqueños.
Mientras en regiones como Zulia y Táchira (oeste, ambas limítrofes con Colombia) se registran apagones diarios que pueden durar hasta 20 horas, en Caracas no falla la luz desde que el Gobierno dio por superada una crisis eléctrica en marzo, y aplicó un racionamiento nacional de energía del que libró a la capital.
El mismo juego comparativo aplica para el suministro de combustible, que dejó de ser constante o suficiente en al menos la mitad de Venezuela, donde millones de ciudadanos se ven obligados a esperar durante horas y, a veces más de un día, a las afueras de gasolineras para recargar sus vehículos.
La suerte y la desdicha de unos frente a otros se repite en el acceso al agua potable, que aunque no es frecuente para los capitalinos, la mayoría de ellos no tiene que recorrer distancias, cazar tuberías rotas o esperar que llueva para poder bañarse o llenar unos bidones.
Así, la lista de cosas parece interminable, pues con los apagones diarios en el interior de Venezuela se va, además de la luz, las telecomunicaciones y todo lo que ello implica, como el cierre de entidades bancarias, de escuelas, centros comerciales; la paralización de actividades.
Bajo esa premisa, un venezolano que decida sumarse a una cola a las afueras de una gasolinera puede pasar 10 horas esperando y, cuando finalmente sea su turno de llenar el tanque de su vehículo, es probable que falle la energía y todo el esfuerzo sea en vano porque se apagará la expendedora de combustible.
En cambio, un residente de Caracas necesitará menos de cinco minutos para asegurar la movilidad de su automóvil y, si es de la minoría que devenga un salario por encima de 100 dólares mensuales, en las siguientes horas podrá comer en un restaurante o ir al cine; trivialidades que con los apagones han ido desapareciendo en el resto del país.