MURIERON 273 PERSONAS
Las autoridades carcelarias de Colombia permitieron al preso Ricardo Alegría darle un último adiós a su hija, la niña Laura Sofía Alegría García, fallecida en la avalancha que se produjo en Mocoa, ciudad del sur del país, donde murieron al menos 273 personas.
Alegría fue trasladado esposado desde la prisión de Mocoa, ubicada en el barrio de San Miguel, el más afectado por el alud, hasta el centro de la ciudad, donde se encontró con el cortejo fúnebre de la pequeña Laura Sofía.
El hombre, que no paró de llorar, recorrió a pie el trayecto entre la iglesia catedral de San Miguel Arcángel y uno de los cementerios de la localidad. La madre de la niña y esposa de Ricardo era una profesora de la localidad que también falleció, según contaron familiares.
El cortejo, compuesto por unas 50 personas y escoltado por varias motos, se detuvo cuando apenas llevaban 200 metros y los porteadores, junto a una hermana de Laura Sofía, llevaron el féretro blanco hasta el vehículo blindado en que era transportado Alegría. Allí, los guardias del Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario (INPEC) permitieron al preso, pese a sus esposas, darle un último abrazo al ataúd en uno de los momentos más emotivos de la tragedia que comenzó en la noche del viernes cuando el río Mocoa y sus afluentes Sangoyaco y Mulatos se salieron de su cauce por las lluvias torrenciales.
Entre llantos y abrazos al ataúd, la despedida se prolongó durante varios minutos en los que a Alegría no le quitaron las esposas. Posteriormente fue devuelto al vehículo protegido especialmente con barrotes y trasladado de vuelta en una comitiva fuertemente armada a la prisión, donde fue internado de nuevo.
La cárcel de Mocoa también resultó afectada por la avalancha ya que el muro que circunda la prisión fue arrasado, si bien los pabellones en que están los internos no resultaron dañados. El agua tampoco se llevó por delante la verja electrificada que ejerce como último control para los reclusos. Desde sus celdas, cuyas ventanas están orientadas hacia el barrio de San Miguel que el agua dejó reducido a su esqueleto, los presos fueron testigos impotentes de la tragedia.