MILLONES DE PETARDOS PARA AHUYENTAR A LOS MALOS ESPÍRITUS
Pekín y otras ciudades del norte de China recibieron la llegada del Año del Gallo envueltas en una espesa nube de esmog, causado esta vez sobre todo por los fuegos artificiales y petardos que millones de chinos encienden como es tradicional para recibir el año nuevo y ahuyentar malos espíritus.
Como en años anteriores, la ciudad, que disfrutaba de cielos azules en la víspera de la celebración gracias al cierre de fábricas y la disminución del tráfico rodado, vio como los niveles de contaminantes subían rápidamente hacia la medianoche, el momento en el que el encendido de artefactos pirotécnicos es mayor, y se prolongaban durante la mañana de hoy, sábado.
Hacia las 2 de la madrugada hora local (18:00 GMT del viernes) el nivel de partículas contaminantes en el aire pequinés superaba los 680 microgramos por metro cúbico, un nivel considerado peligroso, y aunque en la mañana de hoy ha descendido a 271, sigue siendo nocivo para la salud y envuelve a la capital en una neblina. Las autoridades y los meteorólogos ya habían advertido a la ciudadanía que un excesivo uso de fuegos artificiales podría producir contaminación, debido a condiciones climáticas adversas, por lo que se había conminado a que se encendieran menos petardos que en años pasados, algo que pocos han cumplido.
Pekín también había tomado otras medidas para evitar que el Año Nuevo Lunar llegara acompañado de polución, como reducir el número de lugares autorizados para encender petardos (de los 511 de 2016 a 208 en 2017) así como bajar de 20 a 10 los días en que se permitió comprar artefactos pirotécnicos, prohibidos el resto del año. Más de 440 ciudades han vetado los fuegos artificiales estos días -Pekín también lo hizo durante bastantes años de la década pasada, pero levantó la prohibición dado el descontento popular- y otras 764 han establecido limitaciones de algún tipo, informó el diario South China Morning Post.
El Año Nuevo da paso a siete días de vacaciones para la mayor parte de los chinos, el llamado Festival de Primavera, marcado por un éxodo masivo de cientos de millones de personas a sus pueblos natales para reunirse con sus familias y celebrar opíparos banquetes.