VISITA HISTÓRICA DE TRES DÍAS
Fiel a su estilo, el papa Francisco inició su primera peregrinación a Tierra Santa con la oración y la defensa de los más desfavorecidos en el corazón, y la denuncia política, simple y directa, como eje de su discurso.
Bergoglio aterrizó en el aeropuerto "Queen Alia" de Jordania siguiendo los pasos de Pablo VI, y ya en la primera intervención satisfizo a aquellos que esperaban una declaración sobre los conflictos que atribulan esta región. En un discurso junto a su anfitrión, el rey Abdala II de Jordania, el Pontífice pidió una resolución urgente para la guerra civil en Siria y una solución justa para el enfrentamiento entre israelíes y palestinos.
Después, en la homilía que pronunció ante 30.000 entregados fieles en el estadio de Ammán, desarrolló un paso más su idea: "la paz ni se compra ni se vende, es cuestión de gestos", aseveró Bergoglio. "Es un don" que debemos "construir mediante gestos grandes y pequeños en nuestra vida cotidiana", agregó el papa, flanqueado en el escenario por grandes fotografías de dos de sus predecesores, Juan XXIII o Juan Pablo II.
Francisco llegó al estadio en un vehículo abierto, en un breve viaje en el que pudo sentir el calor de miles de feligreses que le obligaron a parar en numerosas ocasiones para acercarse a él o bien auparle a niños de corta edad para que los bendijera, e incluso entregarle documentos. Una vez dentro del recinto, los asistentes no pararon de cantar, y de lanzar vítores en español al pontífice, que avanzó entre la multitud con muestras de cercanía y calidez.
Un escenario con globos blancos y amarillos y un enorme cartel en el que aparecía Francisco saludando a Abdalá II con la cúpula de San Pedro y el sitio bautismal de Betania de Transjordania de fondo le recibieron para su primera homilía en Tierra Santa. Escasas horas antes, Bergoglio había compartido escenario con el propio monarca, que le acompañó, junto a la reina Rania, durante el recorrido, y de los que solo se despidió con un cálido apretón de manos en el sitio bautismal de Magtha. Allí, bajo un anaranjado atardecer, oró de pie a orillas del Jordan y bendijo las aguas como hicieran Juan Pablo II y Benedicto XVI.
"El trabajar para una solución política a la crisis siria y alcanzar una solución justa al conflicto israelo-palestino se ha convertido en una cuestión necesaria y urgente al mismo tiempo", declaró en su primer discurso. Acto seguido, lamentó la triste situación en la que viven los refugiados sirios, palestinos e iraquíes, renovó el compromiso de ayuda de la iglesia Católica y agradeció el esfuerzo de Jordania, para quien reclamó mayor ayuda internacional.
"Este país acoge generosamente a una gran cantidad de refugiados palestinos, iraquíes y de otras zonas en crisis, en especial de la vecina Siria, destruida por un conflicto que está durando demasiado tiempo. Esta acogida merece el reconocimiento y la ayuda de la comunidad internacional", afirmó. Con el mismo espíritu de concordia, el monarca hacehemí tendió la mano al pontífice y le ofreció su colaboración para convencer a los líderes israelíes y palestinos de que den los "valientes pasos que se necesitan para la paz".
"Es necesario también su contribución para ayudar a palestinos e israelíes a hallar una solución a su largo conflicto. La actual situación se caracteriza por la ausencia de derechos palestinos, el miedo al otro y un cambio que lleva a la destrucción mutua y no al respeto. Juntos podemos ayudar a los líderes", afirmó.
Casi al anochecer, Bergoglio llegó a Betania, donde volvió a hacer gala de su discurso más combativo. Declaró que las raíces del mal se hallan en el odio y la codicia y atacó a aquellos que se lucran con la guerra a través de la fabricación y el comercio de armas. Ante cerca de 600 personas que abarrotaban la iglesia levantada en el sitio donde la historia sitúa el bautismo de Jesús, el pontífice pidió a los presentes "que busquen en su corazón una palabra para que esta pobre gente se convierta".