TRAS EL ATENTADO
El atentado de Niza queda en las mentes, pero sus rastros físicos desaparecen del paisaje de la ciudad. El paseo de los Ingleses, el escenario de la matanza de al menos 84 personas el pasado jueves, reabrió este sábado en un paso más hacia la normalidad de una ciudad ensangrentada.
Multitud de personas regresan al lugar para espantar los fantasmas de la noche trágica o para rendir homenaje a las víctimas. El memorial espontáneo que se había improvisado en el extremo de la avenida con flores, velas y mensajes de apoyo, fue trasladado a un parque vecino para no enturbiar el tráfico.
Los nicenses han tardado poco en apoderarse de nuevo de su paseo. Nada más levantadas las vallas que lo rodearon tras la masacre, desaparecido el camión que la provocó y quitadas las lonas que ocultaron el trabajo de la Policía científica en busca de indicios, los ciudadanos ha querido volver al lugar.
Por el momento, el carril de tráfico más cercano al mar solo es accesible para peatones. "Necesitábamos recuperar cuanto antes el paseo. Niza vive de cara a esta arteria", declaró una vecina de la ciudad.
Para Pierre, que acude de la mano con su nieto, volver a la zona en la que presenció los fuegos artificiales y la matanza es "una terapia", asegura antes de que los ojos se le llenen de lágrimas y apure el paso para no seguir hablando.
Niza recupera un paseo que era el último vestigio de la masacre, porque el resto de la ciudad se había apresurado a mantener la rutina pese a la pena que invade a sus vecinos. Bastaba con alejarse una calle para sumergirse en una normalidad sorprendente, el bullicio de una ciudad turística, abarrotada de extranjeros en estos soleados días de julio.
Las terrazas de los bares y restaurantes funcionaban a pleno rendimiento, incluso las de los hoteles de lujo situados frente al paseo, que durante unas horas trocaron la extraordinaria vista del Mediterráneo por las lonas que ocultaban la masacre. Su playa también ha recuperado a los bañistas, que hasta ahora se conformaban con ir a las aledañas.
"Tenemos que seguir viviendo. No hay más remedio", asegura Rémy, que con su sombrilla bajo el brazo acude hacia la playa.